Nos queda el humor. La hazaña de los mineros en Chile produjo en nuestro país, además de la admiración, una explosión de humor en las redes sociales. En otras situaciones, como la de la platina o la saga de inauguraciones del presidente Arias, la comicidad salió también a relucir para contento de todos. Alguien dijo un día que el buen humor gana las batallas que la fuerza y la razón perderían'
¿Qué hubieran hecho 33 ticos atrapados en una mina? ¿Cómo hubieran reaccionado las instituciones públicas y los políticos en un trance de estos? Como este don risueño, según Horacio, es una lógica sutil, el conjunto de los mensajes humorísticos nos ofrece un diagnóstico cabal de nuestra frustración por los problemas acumulados que han explotado ahora.
Alguien debe realizar un análisis de esta explosión de humor que nos aporta, en un manojo de atisbos geniales, un conocimiento objetivo del funcionamiento del Estado y de la forma como, en diversos campos, reaccionamos los ticos y, entre estos, los políticos. Nuestros vicios y aberraciones saltan a la vista en el humor: crisis de pensamiento, de planeamiento y de ejecutividad; chapucería, enmarañamiento legal y práctico, nadadito de perro, visión chiquitica, incapacidad de deliberación y verborrea sin fin'
Dicen que antes no éramos así. Al parecer, se ha cumplido la sentencia de uno de los estudios del proyecto Estado de la nación , si mal no recuerdo: el punto de inflexión de Costa Rica comenzó allá por los setenta, cuando el facilismo se apoderó de la educación pública, lo que se redondea con aquella otra sentencia: “Somos un pueblo alfabetizado, no educado”. Y ¿por qué no recordar aquella terrible conclusión de una investigación universitaria que quedó sin respuesta? Cuanto más avanza un estudiante en la enseñanza secundaria, más va perdiendo su capacidad de raciocinio.
Juzguen los que saben, pero lo cierto es que este manantial de humor, en las ocasiones citadas, si merece aplauso por escoger la vía pacífica, nos ausculta, nos explota y nos pone a pensar. Quizá el punto central del diagnóstico se condensa en una expresión tica muy gráfica: desde hace tiempo, estamos enclochados, que otros llaman maraña legalista y burocrática o, con pujos intelectuales, tramitología, que, en buen romance, no es sino tramitomanía en todos los niveles, esto es, evasión ante la realidad o una especie de esclerosis mental y práctica.
Si, con todo, somos capaces de reírnos de nuestros males, ¡albricias!, poco falta para otro punto de inflexión, en sentido contrario, hacia lo bueno y recto'