Si analizáramos, por separado, las diversas capas de La noche árabe, podríamos subrayar la cuidadosa factura de su plástica, la entrega del elenco o la relevancia poética del libreto. Sin embargo, al ser este montaje el resultado de un concurso de puesta en escena, es necesario colocar el acento sobre el trabajo del director, en tanto responsable de darle coherencia a esa suma de artes y técnicas a la que llamamos espectáculo.
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En la génesis de este proyecto aparece una notable pieza dramatúrgica fundamentada en la capacidad evocadora de la palabra. Monólogos y brevísimos diálogos se entrelazan para construir, en la imaginación del espectador, un complejo universo de tiempos, lugares y emociones que atraviesan a los personajes, durante una noche llena de circunstancias extraordinarias.
Gustavo Monge desplazó el potencial evocador del texto de Schimmelpfennig y optó por saturar el escenario con todas las ideas de su cuaderno de dirección. Muchas de estas fueron significativas. Destaco, entre otras, el diseño de vestuario, la caracterización de personajes y el dispositivo escénico como síntesis de un edificio laberíntico.
Inconforme con esos hallazgos, Monge sintió la urgencia de incorporar más procedimientos hasta el punto de caer, en ciertos casos, en la gratuidad. A modo de ejemplo, un par de personajes inventados por el director mostraron desnudos poco pertinentes –en el contexto de la trama– y produjeron ruido innecesario bajo el supuesto de guiar la mirada del público en las escenas con focos simultáneos de acción.
Las improvisaciones que acompañaron el ingreso de la audiencia a la sala no pasaron de ser tímidos guiños: una jugadora de bingo –tómbola incluida– y un hombre disfrazado de pollo insinuaron líneas narrativas que no tuvieron progresión en el resto de la obra. Por otro lado, el video maping acabó en la redundancia pues, la mayor parte del tiempo, vimos proyectada información idéntica a la dicha por los personajes.
El dibujo de desplazamientos sobre el espacio permeó de manera negativa el desempeño del elenco. Por extensos lapsos, algunos intérpretes parecieron deambular sin más objetivo que esperar su siguiente parlamento. La pluralidad de acciones simultáneas redujo la atención en los sucesos principales e hizo que varias frases se diluyeran en medio del febril activismo escénico.
Inclusive, algunas situaciones de carácter trágico se tornaron risibles (Kyle perseguido por una Fátima furibunda y armada). Esto arrastró el conjunto hacia un tono carnavalesco y anticlimático. Sin duda, la espectacularidad le fue impuesta a un libreto cuyos matices poéticos parecían requerir un abordaje desde la sutileza y no desde la saturación.
Con La noche árabe, Gustavo Monge acomete su segundo montaje, en el marco del Concurso de puesta en escena de la CNT. Me pregunto si las exigencias –o licencias– del certamen lo llevaron a insistir en la fórmula creativa de Desaire de elevadores (obra ganadora del 2014). Las similitudes de forma y fondo entre ambos proyectos son notorias y, de paso, indicadores de un evento urgido de revisar sus objetivos y alcances.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Gustavo Monge
Libreto: Roland Schimmelpfennig (Alemania)
Asistencia de dirección: LadyNats Montero, Sally Molina, Melody Fontana
Asistencia de producción e iluminación: Rafa Ávalos
Actuación: Óscar G. Chacón, Rebeca Alemán, Andrea Gómez, Fernando Bolaños, Ana Ulate, Lina Valverde, Zebastián Méndez
Producción: Compañía Nacional de Teatro
Diseño espacial: Mariela Richmond
Objetos: Sally Molina, Cecilia Giovanini
Vestuario: Daniela Camacho
Sonido: Fabián Arroyo, Daniel Alarcón
Multimedia: Medusa Lab, Carlos Xi, Roberto Montiel, Iván Acosta, Moisés Regla, Eduardo Olmedo
Gráfica: Mauricio Otárola, Mariela Richmond
Confección de vestuario: Hilda Porras
Redes sociales: Esteban Moscoso
Gestión de públicos: Vivian Rodríguez
Espacio: Teatro de La Aduana
Fecha: 14 de octubre de 2016