Revista Dominical

Tinta fresca: "Las mil máscaras de la depresión", por Jacques Sagot

La primera máscara de la depresión es “venderse” como irrevocable, definitiva y terminal. El mal se pretenderá indoblegable, inescapable, más fuerte que cualquier cosa que le opongamos. Pero eso es falso. No se crea ese cuento.

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Lo he oído muchas veces: “Preferiría padecer tres cánceres que la depresión que atravieso”. Lo comprendo. La depresión abismal, severa y resistente a la medicación. Habitados por un alien, un ser que nos devora desde dentro. Siendo nosotros mismos es, al mismo tiempo, ajeno: un abominable inquilino, enquistado en nuestra conciencia. Spinoza, tres siglos antes del diagnóstico “oficial”, decía: “La depresión es la incapacidad para actuar”. Pérdida del gozo de ser, postración, pánico súbito, tanto más angustioso por cuanto carece de razón concreta. Fijaciones suicidas, el macabro carrusel de la obsesión, que nos hace girar sobre las mismas monomanías. Una pandemia: la enfermedad de la sociedad contemporánea. Muchos habitan este íntimo, a veces informulable infierno (y es su informulabilidad lo que lo hace infernal).








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