Fotografías: Carlos González / Texto: Arturo Pardo V.
La suavidad de los tonos elegidos para pintar las paredes encaja a la perfección con el ambiente usualmente silencioso que cobija el aire típico de un centro de salud. Los pacientes se mimetizan en el entorno de manera monocromática junto a la fila de profesionales se mantiene alineada entre los tonos claros.
La diversidad de colores llega principalmente a la hora de visita, cuando los familiares se colan temporalmente en el panorama, ampliando la gama tonal. Cuando el interno y el visitante rompen la distancia, cada rincón es capaz de convertir un espacio público en un sitio íntimo, en el que el silencio le da espacio a la compañía, la esperanza y el anhelo de recuperación.
El barullo de ingreso de los asistentes se enciende o se disipa, se ocupan o liberan las camas y camillas, se llenan o se vacían los pasillos y, mientras tanto, hay un tropel de uniformados con gabachas o camisas lisas. Son los encargados de propulsar los engranajes del centro médico, para que este siga funcionando 170 después de su inauguración. Tal vez son los cuidadores, los responsables de enfermería, los de la sala de radiología, los de los laboratorios e incluso, hasta los de aquel taller donde se reparan las sillas de ruedas en diseños de antaño, o de la cocina, donde se preparan todos los alimentos a vapor.
El fotógrafo Carlos González retrató, a lo largo de un año, cada uno de esos rincones en los que los profesionales trabajan día a día con la intención de ganarle una carrera a la muerte, levantando siempre la bandera de la salud.