La temperatura en Moscú puede bajar hasta los -40 grados Celsius; sus padres están a miles de kilómetros y la privacidad de una habitación es solo un recuerdo; sin embargo, para Josué González, de 18 años, lo más terrible de estudiar piano en Rusia es la comida que recibe en el dormitorio de estudiantes.
“Pruebo de todo, pero esa comida es ¡imposible de comer!”, aseguró González con una risa, de esas que aparecen para no llorar.
Como él, hay otros 12 estudiantes costarricenses de piano, legionarios del instrumento. Desde Rusia a Italia, pasando por Inglaterra y los Estados Unidos, sueñan con llegar a ser muy buenos músicos.
Ahorrar para darse el lujo de comprar vegetales y preparar una cena en casa, trabajar dando clases de piano a jóvenes y hablar un idioma muy distinto, son solo algunas de las dificultades que estos embajadores ticos del piano aprendieron a sobrellevar.
Los tres son estudiantes de la Escuela Central Especial de Música de Moscú. Los tres, también, residen en el mismo internado.
Navarro es la que lleva más años en las tierras rusas. Recuerda claramente que llegó un 13 de setiembre del 2009, con apenas 13 años.
Actualmente comparte cuarto con una francesa, pero su amiga la dejó solo para irse a su país. Mientras tanto ella sigue en Moscú para ofrecer un recital de piano, junto a la Orquesta Sinfónica de Pablo Slabotkin, el 16 de junio.
Si la joven tuviera que usar una sola palabra para tratar de describir sus dificultades en Europa diría sin dudar: “adaptación”.
“Cuesta bastante adaptarse: la temperatura baja a -40 grados Celsius; la comida es completamente distinta; la gente es más fría; son muy estrictos; aprender un nuevo idioma... ¡Hay que adaptarse a tantas cosas!”, aseguró la menor.
El dinero siempre es un tema importante. González es el único de los tres ticos que no tiene una beca de la escuela; no obstante, cuenta con un patrocinador que cubre sus gastos académicos. Para todo lo demás está su papá Godofredo.
Para “sobrevivir” a la comida de su internado, aprendió a comprar productos no perecederos en un supermercado. Cuando estos se acaban, come en el lugar, como confesó con resignación.
Duarte comparte con Daniela la creencia de que aprender ruso es uno de los aspectos más difíciles.
“Simplemente, uno no se puede comunicar con los profesores y compañeros, no queda más que aprenderlo. Te dan lecciones de ruso para extranjeros y por estar en el internado, se aprende rápido”, detalló Duarte.
Sin embargo, no todo es malo: por ser parte de la escuela tienen la oportunidad de asistir gratuitamente a ciertas funciones en el Teatro Bolshói, y disfrutar de cientos de recitales en el Conservatorio Chaikovski.
Por ahora, los jóvenes solo piensan en concluir sus estudios en la escuela (Daniela comenzará noveno grado, mientras que Josué y Jonathan cursan undécimo, el último grado, a partir de setiembre), los tres valoran seguir la universidad en esa región del planeta.
Eso lo sabe bien Sergio Sandí de 27 años. Hace una década, se fue a ese país para hacer sus estudios universitarios en Manhattan School of Music, en Nueva York.
En este momento tiene pendiente una investigación en transcripciones para piano, y concluirá sus estudios de doctorado.
Luego de varios años, siente que ya no es tan difícil residir allá, aunque extraña a la familia.
Actualmente, alquila un apartamento junto a su novia cerca de central Park y no tiene planes de regresar a residir en Costa Rica.
Estando en las tierras del norte, encontró diversas formas de ganarse la vida, desde dar clases de piano en la universidad a estudiantes de música, hasta ser pianista en una iglesia.
En un futuro piensa en un proyecto junto a otros pianistas, para abrir una academia de música.
Otra es la situación de Diego Suárez , de 19 años, quien cursa su segundo año lectivo en College of Charleston , en el estado de Carolina del Sur.
“Adaptarme no se me ha hecho difícil, como paso tanto tiempo practicando, no pienso en ese tipo de cosas; eso me ayuda a no extrañar tanto la casa”, dijo desde su habitación, en las residencias del centro de estudios.
Los costos de estudiar en Estados Unidos los cubre gracias a dos becas que obtuvo por su buen rendimiento académico, las cuales cubren los gastos de los cursos y le dan beneficios de comida y hospedaje.
Como apenas cursa su bachillerato, por ahora no piensa en su futuro, aunque le gustaría grabar un disco con música de Franz Liszt.
Al igual que Suárez, Suhan Bello aprendió en el 2007 lo importante de dar un buen uso al dinero para cubrir sus muchos gastos.
Esta estudiante de doctorado del Ball State University , en Indiana, extraña las sodas de Costa Rica, donde no solo se puede comer un poco al estilo “hecho en casa”, sino que son de precios asequibles.
“Los pasajes de autobús son caros, adaptarse a comer donde prevalece la comida rápida cuesta y la comida saludable es más cara. Por eso es difícil encontrar un balance entre comer bien, saludable y la economía”, contó Bello.
Además, extraña el clima de su país. Aún recuerda que en su segundo otoño se deprimió de solo pensar que estaba próximo el invierno, una época muy dura.
Para pagar el apartamento que comparte con otra amiga, hace asistencias en la universidad; además, ofrece clases de piano para grupos y es acompañante de piano en algunas clases de
Espera quedarse un año más y luego, con experiencia laboral, regresar a Costa Rica.
A Sofía Chaves, una pianista que confiesa hablar hasta por los codos, adaptarse a la cultura del estadounidense le costó, porque considera que la gente es muy impersonal, “casi hay que entrevistarlos para que hablen”, afirma.
En cuanto a la soledad de estar en Nueva York sola y lejos de casa, la carga se le alivianó cuando su hermana menor, Florencia, llegó a estudiar Diseño de Modas.
Sus días los pasa entre sus clases en Manhattan School of Music y dando clases de español y de piano para niños, con lo que compra provisiones y paga otros gastos que la beca no abarca.
Aprendió a sacar el máximo provecho en todo; por eso, comenzó estudios de Ciencia de la Computación, algo que ve como una opción para expandir sus oportunidades laborales. Sus planes son regresar; ella se ve de nuevo en Costa Rica, por más tentador que sean los museos y la ciudad misma.
“Luego de vivir dos años en los dormitorios me dije: ‘¡Esta vez no, ya tuve suficiente!’”, dijo la joven. Por eso, prefirió compartir un apartamento con otros cuatro estudiantes en Londres.
Totalmente acostumbrada a vivir lejísimos de su hogar, para ella lo distinto de estudiar y vivir en otro país es acostumbrarse a que los ingleses tienen un punto de vista muy diferente al de los ticos y, por ende, reaccionan diferente.
De su profesión prefiere no hablar, pues nunca se sabe qué rumbo tomará su profesión. Por ahora, tiene tres años para pensarlo, mientras termina de estudiar.