D urante todos los años que Alice Munro ha escrito ficción, ha estado haciendo amigos. En Canadá y Estados Unidos, sus lectores hablan de ella como una vieja conocida y una vecina cariñosa. Tras 14 libros de relatos, sus exploraciones de la vida son paseos del brazo con el lector.
Munro, de 82 años y oficialmente retirada, se convirtió, este jueves, en la primera canadiense en recibir el Premio Nobel de Literatura. Apenas 13 mujeres han obtenido este galardón. Ella sonríe humildemente, como siempre lo hace en la solapa de sus libros. La Academia Sueca tuvo que dejarle un mensaje de voz en su contestadora, porque no recibió respuesta; su hija la despertó con la noticia y Munro, tranquilamente, celebró un premio “para todos los canadienses”.
Alice Munro nació en Wingham, Ontario, en 1931. Es una cuentista pura: su única novela, La vida de las mujeres ( Lives of Girls and Women ), es, en realidad, una serie de historias conexas. “Hay quienes dicen que los cuentos de Alice Munro son tan profundos como una novela. Lo cierto es que, en los tiempos actuales, pocas novelas son tan profundas como un cuento de Alice Munro”, considera el editor Sergio Arroyo.
Sin embargo, esos relatos se extienden por varias decenas de páginas –todas las fronteras son difusas, las literarias más que ninguna–. La Academia explica así su razón para premiar a Munro: “Su sutil narración, que se caracteriza por la claridad y el realismo psicológico”.
Casi todos los cuentos de Munro acontecen en el condado de Huron (Ontario) y en Vancouver (Columbia Británica). Asimismo, casi siempre cuenta las mismas historias. El novelista Jonathan Franzen celebra ese atrevido poderío narrativo : “Miren lo que puede hacer con poco excepto su propia, pequeña historia: cuanto más regresa a ella, más encuentra”.
Sus mujeres pasan sus vidas enteras buscando una existencia desapegada e independiente; pagan por ello. Sus decisiones causan daños porque son propias. Las mujeres de Munro arrastran las taras de una cultura que las prefiere quietas y calladas.
“Definitivamente, en los cuentos de ella se evidencian las convenciones sociales en las que estamos insertos, y cómo en sus personajes se quiebran esas presiones”, afirma la autora Carla Pravisani.
Esa reiteración temática también ha significado ácidas críticas hacia su estilo , aunque continúa atrayendo a verdaderos devotos a su obra.
El español Antonio Muñoz Molina escribió en El País (2005): “Su mundo es limitado, en el espacio y en el tiempo, en el repertorio de sus temas y de sus imágenes, y a la vez parece prácticamente infinito”.
Una vida de ficción. Munro publicó su primer libro a los 36 años, aunque escribía desde muy joven. Publicó algunos relatos en revistas canadienses e intentó, muchas veces, ser aceptada por The New Yorker (lo consiguió en 1977 y siguió allí).
Alice Laidlaw –su nombre de soltera– se casó a los 20 años. Se dedicó a una vida hogareña: cuidar a tres hijas, escribir durante sus siestas y pasar tiempo con su marido. En 1963, James Munro y su esposa inauguraron la tienda Munro’s Books en Victoria, la cual sigue abierta.
En 1972, se divorció y, cuatro años más tarde, se casó con el geógrafo Gerald Fremlin, quien falleció en abril de este año. Vivió con él en Clinton, Ontario, pequeño pueblo de unos 3.000 habitantes.
En esos ambientes rurales y con esos personajes cotidianos, se hilvanan historias de estructuras complejas y fragmentadas, que saltan a través de los años en el transcurso de una oración o de un párrafo.
“Ha sabido encontrar inspiración en lo más sencillo, logrando elevar lo cotidiano a niveles superiores, que hacen que el lector se considere parte de la temática que desarrolla”, explicó la periodista cultural Inés Trejos.
Munro trató de hacer una novela varias veces y siempre falló, según confiesa. Libros como The Progress of Love (El progreso del amor) y Runaway (Escapada) compilan una decena o menos de cuentos y abarcan, de este modo, vidas completas.
Su literatura se compone de lo pequeño, de lo que no se dice, de coincidencias y de palabras. Dear Life (Mi vida querida) es el título de su última colección de relatos; también parece una declaración de principios.
Para ella, la vida doméstica está unida a las letras. Escribía durante las siestas de sus niñas y trabajaba en sus cuentos por meses. Chismes y anécdotas son el arroyo que la nutre.
Sus mujeres tienen deseos sexuales; anhelan una vida mejor y en otra parte. Munro escribe y se deja llevar por la narración. Según la novelista Cathleen Schine , Munro muestra a los seres humanos con todos sus defectos, errores y vanidades, pero es la pluma de la autora la que abre espacio para la simpatía.
En julio, Munro dijo que ya no escribiría más. Se había quedado “sin energía” después de Mi vida querida , publicado en octubre del 2012. “Hay un sentimiento agradable en ser como todos los demás ahora, pero eso también significa que lo más importante en mi vida se ha ido. No, no lo más importante. Lo más importante fue mi esposo; ahora, ambas cosas se fueron”, dijo a The New York Times .
Si el Nobel sirve de algo ahora, es como invitación. Munro, que tantas vidas ordinarias contó, ahora quiere vivir la propia. Dice que desea conversar, ser sociable y conocer a sus vecinos. Si así sucede, al menos les queda a los lectores la oportunidad de visitar, casa por casa, el gran vecindario de ficción que construyó durante estos años.