Joel Fonseca es un holgazán de 28 años que aún vive con sus padres. Vivir con los padres, por sí solo, no es exactamente un signo de vagabundería. Hasta podríamos pensar que es exceso de cariño.
Por ahí va la trama de la película guatemalteca que ahora se estrena en el país,
Mas, por lo visto, eso del exceso del cariño no es el caso de Joel. En él si estamos ante un caso de crucial y desvergonzada holgazanería, mayor a la de un cocodrilo al Sol en plena huelga de hambre.
Joel no trabaja, no estudia y su única ambición en la vida es beber cerveza y tocar su guitarra. Alguna relación bohemia ha de haber entre una guitarra y la cerveza. Una inspira a la otra, sin que uno pueda decir fácilmente cuál inspira a cuál.
La diferencia es que la guitarra puede ser siempre una, en cambio las cervezas deben ser varias. Sin embargo, en la vida de Joel Fonseca, como nos sucede a casi todos los humanos, a este le llega un día muy especial. Es un día capaz de romperle su rutina tan rutinaria (valga el jueguito de palabras).
El problema es que estas rupturas de lo cotidiano son siempre inesperadas y, por esto mismo, no solo sale afectado nuestro amigo Fonseca, sino también se afectan las cervezas y la guitarra. No puede ser de otra manera, está claro.
Parece un favor sin importancia, algo así como majarle la colita a una hormiga, destapar una cerveza y cambiarle una cuerda a la guitarra. Es lo que piensa Joel y, por esto, acepta esta misión.
Sin embargo, las cosas se le complican cuando el niño desaparece de la casa sin dejar rastro. ¡Nada! Ni pinta de qué se hizo el sobrino. ¡Como esfumado! Entonces, Joel emprende una rigurosa búsqueda por toda su colonia.
Fonseca, tan seguro de que se llama Joel, sabe que si no encuentra al niño antes de que regrese su hermana, estará en serios problemas.