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La obra narra la confrontación entre el detective retirado y abogado Henry de Quincey y el misterioso magnate Julián Casasola Brown. De Quincey, cuyo apellido es una doble referencia a Eco y Thomas De Quincey, se encuentra recluido en un hospital psiquiátrico luego de ser condenado por múltiples homicidios de prostitutas.
Ahí se encuentra con Felipe Ossorio, profesor retirado de Filosofía que lo acompañará en la búsqueda de la enigmática figura de Casasola, el responsable de su incriminación en los homicidios.
En la dilucidación de la identidad y ubicación de Casasola a Brown lo asisten, además, Beatriz Muriel Nigroponte, una copia de la Mina Harker de Drácula; el Mamulón Zúñiga, agente fiel a De Quincey y el Gran Archivero de la Noche, quien es el omnisciente encargado de la custodia de la memoria oficial y secreta de la nación.
La existencia de “investigaciones” informales, detectives, policías, homicidios y otros similares parecen haber convencido a la Editorial Costa Rica de incluir esta obra en su serie de Novela Negra, pero la verdad es que esta es una novela ocultista gótica.
En un San José tamizado por la fantasía, encontramos zonas fantasma, manicomios, sectas secretas, vampirismo, necrofilia, drogas de la época romántica (opio, láudano, ajenjo), cementerios, catacumbas, laberintos, sacrificios humanos, morgues, libros ocultistas, anticuarios y eventualmente nazis fugitivos y templos mayas.
La novela retrata, extensamente, la degradación y decadencia de los sectores marginales de San José, la prostitución masculina y femenina, le pedofilia, el uso de drogas y la violencia; y propone tangencialmente que el origen del poder político y económico de las clases dominantes es metafísico y básicamente maligno, y que deriva en la explotación y la violencia contra los sectores más vulnerables. Su defecto más sobresaliente quizá sea su estilo descuidado.