El 9 de marzo de 2010, la “santísima trinidad” del futbol descendió al madrileño Café Maravillas con el propósito de disputar un histórico partido de futbolín. La encargada de inmortalizar ese encuentro de inmortales fue la fotógrafa estadounidense Annie Leibovitz , por encargo de la marca francesa de maletas Louis Vuitton. La esperada e inédita reunión de Pelé, Maradona y Zidane había tomado un año de gestiones y agendas rotas, de cifras con muchos ceros y nuevos planes de encuentro, pero al fin era posible –o, al menos eso parecía–.
Al final, el conocido desencuentro entre Pelé y Maradona –o su encuentro frontal y poco amistoso en la cima de la historia del futbol– hizo que el jugador argentino llegase a la sesión fotográfica con varias horas de retraso, cuando sólo quedaban el pequeño futbolín, la paciencia de Leibovitz y la certeza resignada de que la imagen histórica sólo sería posible mediante un montaje fotográfico. Está claro que entre los grandes abundan las pequeñeces.
¿Quién ha sido el mejor jugador de futbol de la historia: Pelé, Maradona, Zidane? La pregunta ociosa aviva los nacionalismos de domingo por la tarde, propicia argumentos sobre las diferencias entre el balompié de ayer y de hoy y hace que parezcan necesarias esas curiosas obsesiones que los comentaristas deportivos llaman con solemnidad “las estadísticas”.
Durante la última década, el cine también ha jugado el juego de las preguntas ociosas y ha producido tres documentales de largometraje con estilos diferenciados y en alguna medida cercanos a los iconos que intentan retratar.
Para algunos, esas películas representan sólo un trozo de leña destinado a alimentar la hoguera de las vanidades futbolísticas. Para otros, es la posibilidad de conocer de cerca las particularidades que hicieron, de esos deportistas, el mito que hoy son.
Pelé eterno. Dirigido por el experimentado productor brasileño Anibal Massaini Neto , Pelé eterno (2004) es un elogioso documental en el que las cifras parecen relevantes: 5 años de investigación, 70 archivos consultados, 150 entrevistas, 210 narraciones de gol, 450 goles (de los 1.282 que consiguió el futbolista en su carrera deportiva), 1.500 recortes de periódico, 3.000 fotografías. Así, minuto a minuto, se conforma un relato numérico y se levanta ese trono inalcanzable desde el que nos observa, divertido, “el rey” del futbol.
Pelé eterno comienza con una promesa: aquella que el niño Edson Arantes do Nascimento le hace a su padre, quien llora desconsoladamente la derrota del Brasil frente al Uruguay en la final del Campeonato Mundial de 1950. “Yo ganaré para usted una copa del mundo”, le dice el niño mucho antes de convertirse en el Pelé que hoy todos conocemos. En ese día lejano, como bien suponen los guionistas del filme, comenzó a perfilarse el reinado de Pelé.
Con el paso de los años, Pelé cumplió lo prometido con creces: ganó una copa del mundo y luego sumó dos más. El documental muestra las andanzas mundialistas del personaje, iniciadas a la temprana edad de 17 años, al tiempo que intenta desentrañar los misterios de su futbol alegre, rápido y absolutamente imprevisible.
“Nunca se supo si era zurdo o derecho”, “No sabíamos si iba a rematar con fuerza o a dar un toque elegante al balón, si saltaría para afrontar el esférico con el pecho o con la cabeza”, afirman algunas de las voces que participan en la película. Así, con la intuición a flor de piel, Pelé escribió las páginas del “antiguo testamento” del futbol.
Pelé eterno ensaya sistemáticamente la sumatoria de hazañas deportivas del ídolo y observa de reojo sus dudas y fracasos, en un intento de crear un personaje inmune al error. Ese carácter de elogio excesivo –que se infiere desde el propio título del filme– es tal vez la mayor debilidad de un retrato exento de pliegues oscuros y mayores matices que suavicen la ingenua intención de mitificar a un mito.
Maradona por Kusturica . Además de ser uno de los mejores futbolistas de la historia, Diego Armando Maradona es, un personaje shakespereano a tiempo completo; es un héroe, un mártir y un villano que habla de todo y de todos con frases como “Fue la mano de Dios”, “Me cortaron las piernas” o “La pelota no se mancha”, destinadas a convertirse en clásicas inmediatamente después de haber sido pronunciadas.
En lo que al futbol respecta, la vida intensa y desbordada de Maradona era probablemente la más grande historia jamás contada. Lo era hasta que el cineasta serbio Emir Kusturica decidió filmar un documental que expusiera sus hazañas deportivas, el fanatismo de sus seguidores –con los miembros de la Iglesia Maradoniana en primera fila–, sus detenciones policiacas y sus filiaciones políticas. En síntesis, Kusturica se propuso filmar la agonía y el éxtasis del jugador argentino.
Es probable que a algunos espectadores les resulte molesta la presencia insistente y autorreferencial del cineasta, que se ubica a mitad de camino entre el documentalista Michael Moore y el filósofo Slavoj Zizek ; entre el acompañamiento atento de las acciones y la urgente necesidad de robar espacio en el encuadre.
Como el propio título propone, Maradona por Kusturica (2008) es un homenaje con espejos grandes y egos de talla monumental. Sin embargo –y tal vez precisamente por esa razón–, consigue una dosis inusual de franqueza y camaradería entre sus protagonistas.
El relato de las aventuras de Diego junto al “Maradona del cine” –como se autoproclama Kusturica– es tan inverosímil como la vida del futbolista que quiso vengar la guerra de las Malvinas ayudado por la mano de Dios y tan paradójica como el destino del niño de barriada cuyo talento extraordinario fue su mayor virtud y su peor condena. El documental contemporáneo pocas veces ha sido tan fiel a la realidad y a sus excesos como en esta oportunidad.
Zidane, un retrato del siglo XX I. Ochenta mil aficionados rodean a Zinedine Zidane, que gravita en el centro del estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Diecisiete cámaras sincronizadas registran sus movimientos, tanto los esperados, de organización del juego y traslado del balón al territorio rival, como los impredecibles, diseñados para desequilibrar o abrir espacios, para ampliar la visión panorámica o cerrarle el paso a un contragolpe que todavía no ha comenzado a existir.
Filmar la singular coreografía de Zizou en el campo de juego es el principal objetivo del filme Zidane, un retrato del siglo XXI (2006), dirigido por los artistas Douglas Gordon y Philippe Parreno . Si en algún momento creímos que el cine de observación había quemado todos sus cartuchos en las películas de Frederick Wiseman , estábamos equivocados.
Gordon y Parreno convierten el encuentro futbolístico entre el Real Madrid y el Villarreal en el mecanismo de un inmenso telescopio conectado a uno de los jugadores más destacados de los últimos años. De paso, recuperan la estrategia cinematográfica del cineasta alemán Hellmuth Costard, quien en 1970 filmó, en condiciones similares y bajo el título de El futbol como nunca antes , a la estrella del Manchester United, George Best.
Hace algunos años, el escritor uruguayo Eduardo Galeano lamentaba el estado del futbol al comentar: “Los artistas dejaron lugar a los levantadores de pesas y a los corredores olímpicos, que al pasar patean una pelota o a un rival”.
El documental contemporáneo ha volcado su mirada sobre tres de esos grandes artistas del balón que tanto añora Galeano. De paso, ha hecho posible que esos futbolistas de excepción dejen su lugar y permanezcan, que abandonen la cancha y sigan jugando, para el placer y la fascinación de quienes reivindican el modesto título de “aficionados”.