La percepción de los empleados sobre el ambiente de trabajo de una organización está determinada por la percepción que tienen de sus líderes directos.
Quienes ocupan un rol de liderazgo no solamente trazan los objetivos de su equipo, también determinan la forma como estas metas serán buscadas.
En buena medida, la forma de alcanzar dichas metas viene determinada por el estilo de liderazgo de cada jefe, por lo tanto, su forma de trabajo podrá ser para el grupo una ganancia o un costo.
Es claro que no existe un estilo de liderazgo que sea una panacea universal, aunque existen modelos con mucha mejor fama que otros y, de hecho, el coercitivo es casi una mala palabra.
Sin perjuicio de la simpatía que genere uno u otro estilo se requiere un liderazgo situacional, y es uno de los grandes desafíos que tienen los líderes: la medicina adecuada en la dosis correcta.
Ya en el plano de las prácticas, existe una preferencia muy marcada por tener jefes competentes.
Y es que tienen muchas ventajas: organizan bien el trabajo y los equipos alrededor de este; buscan eficacia y eficiencia y, en síntesis, crean condiciones más que propicias para alcanzar los objetivos y porque no, las recompensas.
Sin embargo, también se les pedirá que se interesen en sus colaboradores como personas y que no discriminen a nadie por ninguna razón en la oficina.
En una etapa madura del ambiente laboral, cuando el equipo de trabajo se encuentra en un nivel sobresaliente o superior, la contribución de la empresa en los asuntos organizacionales y la de los líderes es casi equivalente.
Y lo que más se aprecia de los jefes, en esta etapa, es que han borrado las fronteras con su equipo, al punto de que sus colaboradores se sienten partícipes de las decisiones que afectan su trabajo.
En conclusión, es necesario identificar la etapa del ambiente laboral, si se quiere intervenir de forma efectiva para un cambio.