Rebecca Chavarría Aguilar celebra cada 25 de abril “el cumpleaños de Roberto”; ella compra un queque e invita a sus allegados.
Pero ese festejo no es para su novio o algún familiar, sino para el riñón que hace ocho años recibió por medio de un trasplante.
“Ese día, Dios me hizo nacer de nuevo. Es difícil pensar que alguien tuvo que morir para que mi vida se salvara, pero es la oportunidad que la vida y la ciencia nos dan”, relata Chavarría, vecina de Ciudad Colón, quien a los 28 años supo que su riñón presentaba problemas.
Su apego a la vida no fue gratuito, pues antes del trasplante debía ir dos días a la semana al hospital al programa de hemodiálisis, una técnica en la que una máquina trata la sangre del paciente para eliminarle residuos como el potasio que el riñón es ya incapaz de hacer.
“Eso era como entrar a otro mundo, y uno se pregunta si debe o no continuar con la lucha por sobrevivir”, relató.
Su día más feliz, dice, fue cuando le llamaron del hospital para informarle que había un donador.
De inmediato, se internó y lo demás es historia.
Desde aquel día Chavarría proclama la importancia de donar órganos en vida, o al momento de morir, pues ella sigue viviendo gracias a la donación de una persona que se llamó Roberto, como su riñón.