Las costas se vuelven al filo del año enese lugar donde la gente se reúne para despedir y dar la bienvenida: adiós, 2016; hola, 2017.
Así está Puntarenas y sus playas vecinas, Caldera y Jacó, un 30 de diciembre, confusas entre la multitud tímida que entierra toldos en la arena, destapa hieleras y se tira al agua.
La imagen es la de un ritual tico con fecha fija: don Carlos y doña Haydée, con ropa de Cartago, saludando el mar del Puerto, una fila de 200 metros esperando tomar el ferri antes de que se acabe el día, o Benedicto Ramírez y Freddy Barboza, con sombrero de pesca, listos para conocer alguna de las islas que adorna el golfo de Nicoya.
Es la foto de Raquel, Reichel y Elger David, haciéndole un queque de arena a Elger (padre), quien el jueves cumplió 42 años y los celebró acampando. Es la familia Espinoza de Patarrá que trajo todo el kit de descanso en el techo del sedán.
En Jacó, es el retrato de muchos carros amontonados en la calle y la playa amplia y poblada, con acento a gringo. Es un grupo de gente que escribe el penúltimo día del 2016 a punta de smartphone , para estampar el mar en Facebook.
Para muchos, ir a la playa en estas épocas es un derecho irrenunciable. “Siempre venimos por dos días. Viera qué bonito antes como se llenaba de carros la playa . Uno podía parquear y en la arena y se quedaba ahí todo el día, ahora no ”, cuenta Horacio Herrera, moreno, de Cartago, que vino a Caldera con dos hijas, la esposa y la vecina. Mientras hierve el café en una olla, asegura que esa es la playa más linda, porque no hay olas bravas.
Kilómetros abajo está Carlos Dinarte, sentado en una banca frente a un árbol navideño añejo, desayunando la brisa de Puntarenas. “No me gustan mucho estas fechas. Todos los días son iguales, hay gente que está muy feliz y otra que no”, dice.
Las playas son para otros una economía de temporada, la oportunidad para suavizar la cuesta de enero. Así le pasa a Ronald Elizondo, del Roble de Puntarenas, quien alquila duchas en Caldera a ¢700.
También trabaja Marvin Pérez, jefe de la Unidad de Guardavidas de la Municipalidad de Garabito. Desde una fortaleza de madera cuida que la aventura oceánica de algún bañista no se convierta en tragedia.
Cerquita está Manuel López, con chaleco talla small , panza large , aprovechando la mañana para ejercer su profesión de guachimán-bilingüe-guía turístico. “Esto es Las Vegas 2, yo doy un servicio completo”, asegura mientras pide que el otro año haya salud para seguir trabajando.
Y allá entre la gente de piel blanca sucumbiendo al medio día, camina Gloria Obando, vendedora de mangos y agua de coco. Con 50 años encima viaja desde Orotina para ganarse una extra de año nuevo.
Probablemente esas escenas se repitan, con tinte propio, en las tantas playas que forman Costa Rica. Ahí, en esos rincones, están todos aquellos quienes huyeron de la “platina” para honrar la palabra turismo, el verbo vacacionar, la procesión de la ruta 27.
El consuelo para los que no van a decir adiós a la orilla del mar es que ahí queda la playa para otro día. Pero no es lo mismo, fin de año, solo hay uno.