Kos, Grecia
Decepción es el sentimiento común de los migrantes sirios recién llegados, tras un largo periplo, a la isla griega de Kos. Migrantes que, como Hadir y su familia, solo piensan en partir hacia cualquier otro lugar de Europa que les muestre una cara más amable.
Esta mujer de 34 años duerme, junto a su marido y sus tres hijos, en una de las múltiples tiendas de campaña diseminadas a lo largo de la playa de esta idílica isla del mar Egeo situada frente las costas turcas.
"Hemos pagado 20 euros por la tienda pequeña y 40 por la grande. Las autoridades griegas no nos han dado nada", afirma.
Hace cuatro noches que la familia llegó a Grecia desde la localidad turca de Bodrum en una lancha neumática sobrecargada. Antes del viaje, pasaron un año en Turquía, tras huir de la provincia de Idleb al norte de Siria, devastada como tantas otras por la guerra.
"No tenemos dónde ir. Cada vez que nos instalamos en algún lugar, la policía llega y nos echa", lamenta sentada en un trozo de cartón cerca de Yamama, su hija de 12 años.
Su voz tiembla cuando revive la violencia sentida hace pocos días en el estadio de fútbol de la ciudad, transformado en oficina de registro por las autoridades locales ante la falta de mejores infraestructuras.
El lunes, un policía fue grabado abofeteando a un migrante que no respetaba la fila de espera; el martes, otros agentes que querían impedir una avalancha fueron fotografiados golpeando con sus porras a los migrantes antes de dispersarlos con gas de extintor.
"Fue terrible, los policías utilizaban sus escudos para golpear a la gente y las porras. También nos lanzaron gas lacrimógeno... íincluso a los niños!", recuerda con indignación.
Otros migrantes, como Amina y su familia, ni siquiera tienen tienda. Se protegen del sol bajo los árboles. Por la noche, asegura esta madre de cuatro hijos, nadie es capaz de dormir.
"Tenemos mucho miedo, nos han recibido muy mal", afirma. Viene de la ciudad kurda de Kobane, donde los feroces combates entre los combatientes kurdos y el grupo Estado Islámico (EI) provocaron el éxodo de la aterrorizada población local.
"Nos lavamos y el resto, lo hacemos en el mar", lamenta Amina. "¿Qué podemos hacer, si no?"
Sin agua corriente y con la asistencia reducida al mínimo, su hijo Abdalá de 16 años coincide con ella: esperaban más cuando llegaron a Europa.
"Estamos en shock. Vinimos aquí por los derechos humanos, porque en nuestra tierra no se respetan. Aquí no debería ser así", afirma el adolescente.
El miércoles por la tarde, en la entrada del estadio, una veintena de hombres hacen cola para registrarse.
Ibrahim Najar, un chico kurdo-sirio de 16 años que lleva en Kos una semana, reconoce que los incidentes del martes se debieron en parte a la "impaciencia" de los migrantes.
"La gente empujaba en la cola. Yo hacía más de dos días que esperaba en el estadio, sin comer ni beber, y sabía que si salía perdería mi sitio", explica.
Para él y miles de refugiados más, Kos y Grecia no son más que una pasarela hacia el resto de Europa.
"Todavía hay mucho camino que hacer. Yo me voy mañana. Primero a Macedonia y luego Serbia. Espero llegar por fin a Alemania, donde me van a tratar como un ser humano", asegura.
Mohanad, procedente de la ciudad kurda de Kameshli, está de acuerdo. "Grecia no parece tener nada que ver con la Unión Europea. íNos tratan tan mal!"
El viernes está prevista la llegada a Kos de un barco-hotel con capacidad para 2.500 personas que, se espera, alivie un poco la situación.
Cerca de 124.000 migrantes, la mayoría sirios y afganos, han llegado a Grecia desde principios de año.