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A pesar de la frase y su persistencia, casi nunca nadie menciona las portadas en una reseña, y sería bueno corregir por una vez esa injusticia y decir que el libro <em>Música prosaica (cuatro piezas sobre traducción)</em> , de Marcelo Cohen, es tan bueno como su portada: un tiquete de tranvía hacia Dessau, un billete de trasbordo cuyo diseño recuerda más una reacción química que un mapa urbano, y un fragmento con compases de música coral; todo impuesto sobre un fondo de infinito celeste smog como el del cielo o el de las posibilidades y preguntas que aún plantea ese viejo tema de traidores, la traducción.


Entre poemas de amor que despiertan indiferencia, otros de sexo que provocan castidad, referencias al <em>rock</em> que incitan a bailar salsa e imitaciones <em>ad infinitum</em> del estilo que ha ganado premios y becas, lo que queda claro es que este fue un año conservador: pocos se atrevieron a romper moldes.