La palabra era común en las representaciones teatrales del siglo XIX y quien la usó como un guiño en cine fue Alfred Hitchcock.
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La mirada era impagable. Los pupilas como lunas desbordadas; ahítas de consternación, rabia contenida, desesperación abisal y una resignación franciscana ante aquel imbécil que a cada nada lo cubría de harina, le metía un palo de escoba en el ojo o le dejaba caer una marqueta de hielo sobre la cabeza.