Pastas con focaccia y refresco. Casados con pincho de res o pollo. Arroz cantonés con pollo a la naranja. Hamburguesa con papas fritas. Wi-Fi gratis. Sandwich de pollo. Odontología de bien social. Todas las partes de abajo de mezclilla de dama a mitad de precio. Instituto Catec San José. Churros. Helados, pantallas gigantes y perros calientes.
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X me pidió que no diera su nombre, pero me dejó estar cerca suyo dos horas –de las tres– que trabaja repartiendo volantes en la Avenida Central.
Me contó que gana ¢ 1.200 la hora; que no tiene seguro ni cesantías.
“La gente te quita la cara, es muy repugnante. Hasta te empujan. Esto es para alguien que no tiene responsabilidades”.
Más arriba de la esquina en la que estoy con X, hay otro volantero y más arriba otro y así sucesivamente. Están distribuidos de manera que si usted camina toda la Avenida Central, al menos tendrá el mismo panfleto dos veces.
Yo la caminé el viernes 14 de agosto y recogí: dos de Subway, uno de Sonrisas de fe, uno del Instituto Catec y dos de Ekono.
X reparte volantes de un restaurante de comida rápida. Ese viernes trabajaba hasta el mediodía. Los horarios de los volanteros no siempre son iguales, a veces son tres horas, o a veces seis o nueve. Entonces, le pregunto si después de su jornada le dan almuerzo porque ¿porqué no?
“No jamás, si son agarrados entre ellos como no lo van a hacer con uno”.
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!Ahora créditos para empleados públicos¡. Morning Bell. Q Tardes. Barbería profesional. Cada mañana con el sabor de los ticos.
Llegué a las seis de la tarde. Una hora en que el molote estruja, esconde y atrasa. Pero esa masa de gente siempre me reconforta.
Hace mucho leí que cuando un boxeador entra al ring y no piensa en otra cosa que no sea en usar sus instintos para sobrevivir, lo está haciendo bien.
Para mí, la Avenida Central es mi lona de combate en la que debo buscar una forma de salir viva, y hasta el lunes siguiente de esa semana estaba invicta.
Ese día me detuve en medio de la gente y tomé un puño de volantes para repartir. Cuando me separé de la masa fue aterrador. De repente, era muy vulnerable.
No había tiempo para sentir vergüenza; lo penoso no era entregar volantes. Eso no, nunca. En cambio sí el constante rechazo. Las miradas filosas.El extender el brazo y no recibir una mano a cambio.
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Desde que camino por la Avenida lo he visto.
Sigiloso pero tirando un jab y una recta sin cansarse, porque él también tiene que sobrevivir en este ring.
Juan Carlos Sibaja trabaja repartiendo volantes para KFC. Su primer trabajo fue con su papá en un taller mecánico. Después vendió verduras en la calle.
“Tomate, cebolla, chile, aguacate. A veces vendía y a veces no”.
Luego, encontró los volantes o viceversa. Comenzó repartiendo para un centro de computación y aprendizaje en la avenida.
“Cuando trabajé ahí muchas personas entraron a estudiar”.
Después se fue a otro centro pero de computación e inglés y, cuando quiso cambiar de lugar, fue a repartir para KFC.
“El primer día estaba contentísimo. Aquí hasta me han ofrecido trabajo de brujería pero no me gusta”.
Juan Carlos es el Muhammad Ali de los volantes. Reparte unos mil panfletos en un día. Se mueve entre la masa sin temer a sus oponentes. Tiene estrategia, elegancia y mente. Pero lo más importante, baila como Ali.
–Después de estar aquí me voy muy agüevado para la casa porque ya no tengo nada que hacer.
Juan Carlos vive con su mamá y dos hermanas en Barrio México. Su papá ya murió. “Por dicha porque era bien malo”.
Son las 12 mediodía, el sol que Juan Carlos absorbe es el mismo que nos prohíben a todos pero, las leyes nunca se aplican por igual.
–Me gusta mucho jugar bola. El fútbol es mi deporte. Más bien, si usted o sus amigos ocupan a alguien para una mejenga, me dice. No soy muy bueno, pero es para pasar el rato.
–¿Qué otro deporte le gusta?
–El basket, nunca lo he jugado pero me gustaría. También me gustaría ser alguien en la vida.
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Juan Carlos gana al mes, más o menos, ¢ 120.000.
Cuando me cuenta que no sabe en qué gasta la plata se ríe, como cómplice de lo que la mayoría padecemos: el hambre y la mamá.
“La otra vez fui por un casado al mercado y me costó como ¢ 3.500”.
Como Ali, Juan Carlos también tiene sueños.
“Me gustaría mucho aprender usar una computadora, ser ágil”.
O también ser DJ.
“Usted ha visto como hacen eso con las manos, que intensidad”.
–¿Pero, qué significa ser alguien en la vida?
–Trabajar como lo hacen los señores que andan en traje y corbata. Vea, yo he visto a muchos volanteros botar los papeles, así es muy fácil.
Y yo, he visto a muchas personas botar esos papeles en la avenida. Sin asco ni conciencia. Toman el panfleto, lo leen y luego abren la mano y lo dejan ir. Ambos actos, son igual de asquerosos.
El mejor aliado de Juan Carlos es su técnica que no le falla (ese bailoteo al estilo Ali) y que lo hizo entender más sobre la vida que muchos en corbata y trajes alguna vez sabrán.
Porque lo que se aprende en una oficina, no siempre sirve en la calle.
“Yo sé que no siempre se le puede agradar a todo el mundo. A las personas que me hacen una mala cara, hay que dejarlas pasar”.
–¿Cómo hace para trabajar con ganas cuando tiene un mal día?
–¿Usted me pregunta a mí si yo tengo malos días? Una vez me puse a llorar en esa banca. Porque una persona con la que trabajo me humilló.
Ese es el golpe más duro de este año. A veces, amanezco muy lloroso. No sé ni que hacer ya. Porque a veces pienso: ya no quiero volantear. Quiero algo mejor. Ya no quiero que la gente me humille. Pienso, ¿qué estoy haciendo acá?