Sobre la banca de una parada de buses de La Unión, una mueca de cansancio, un bordón de madera y el olor a Cofal acompañaban a la familia Arce Morera.
Su fatiga era el resultado de 23 horas de caminata desde la comunidad de Llano Bonito de Naranjo. La fe en la Virgen de los Ángeles marcó el inicio de una travesía desde el miércoles, a las 2 p. m.
Llegaron hasta Cartago sin dormir. Solo hubo estaciones de descanso y un desayuno en el paseo Colón, en San José, para agarrar fuerzas y matar el hambre.
“Solo una vez al año visitamos San José y Cartago, y es para darle gracias a La Negrita. Nosotros somos gente de campo. No venimos en un puro rosario, pero sí con toda la devoción de nuestra familia”, expresó Jeannette Rodríguez, una entre 13 parientes que caminaron.
En el grupo había quienes hacían su primer recorrido por la capital y quedaron admirados de tanta publicidad que pasa de mano en mano, como volantes de marcas de confites, refrescos y restaurantes.
“Es increíble la cantidad de papeles que entregan; es tanta basura. Aquí más de uno hace su agosto”, expresó Lucrecia Arce.
La odisea de esta familia incluía una parada para comprar pastillas en la farmacia de Naranjo, ver los aviones del aeropuerto Juan Santamaría, pelar el ojo sobre la autopista General Cañas, sortear carros y enfrentar la subida de una tal cuesta de Ochomogo.
“Ni me pasaba por la mente lo largo del recorrido. Cuando estaba por Tres Ríos no sabía si sentarme a llorar o quedarme viviendo ahí”, manifestó Maricel Arce, de 16 años, quien llegó renqueando a la basílica de los Ángeles, ayer, a las 4 p. m.
Para un recorrido de 26 horas, no hay tenis que eviten las ampollas ni el dolor en los talones después de tanto asfalto. Así que hubo paradas obligadas para sacar la crema de rosas y estirar los dedos.
“No logramos dormir porque en la madrugada hacía mucho frío y nos daba miedo que algún pinta nos asaltara”, comentó Érick Morera, quien cargaba un bordón de madera que servía de apoyo y eventual defensa contra el hampa.
Sin lluvia y con un sol que apenas se asomaba, la familia caminó con renqueo y dolor, pero con la satisfacción de ver la basílica.
“Esto es como un parto; no importa todo lo que duele, cuando uno ve al bebé, el dolor se olvida. No hay experiencia más bonita que llegar a la basílica después de tantas horas”, añadió Jeannette Rodríguez.
En el pueblo. Para salir en caminata a la hora que su familia había planeado, Yulissa Arce, de 14 años, tuvo que pedir permiso en el colegio y contó que sus profesores y compañeros le decían que llevara fotos para creerle.
“La mitad del cansancio es físico y la otra es mental. Ahora mis compañeros sí me van a creer que vine a Cartago y que logré hacer la romería”, expresó la joven cuando iba en la recta final de Taras.
Cuando la vejiga ponía a correr a alguno, los matorrales y las espaldas ayudaban en la emergencia.
“En la calle hay que jugársela. Por dicha nos hizo un buen tiempo. No se vino el aguacero ni tampoco hizo mucho sol, porque en años anteriores si llovía a uno se le hacían unas ampollas enormes”, recordó María Enar Morera.
En el trayecto también sacaron su celular para llamar a sus familiares y contar por dónde iban. Cuando faltaba poco para arribar, los metros se hacían eternos.
“¡Qué va! Usted dice que nos faltan 900 metros, pero seguro son metros sancarleños. Estas cuadras finales se hacen larguísimas”, reclamó Lucrecia.
Entre el olor a pinchos de carne asada, el Cofal y las canciones, la emoción de llegar hasta la casa de La Negrita fue motivo de alegría para todos.
Con abrazos, una oración y algunas narices rojas, dieron gracias a la Virgen de los Ángeles por permitirles un año más de romería.
Llevaban el paso renco y los ojos cansados, pero entraron a la basílica y, después de dar gracias, una buseta los esperaba fuera del templo para regresar a su terruño.