Noé Leivan Agence France-Presse
Tegucigalpa. “Territorio 100% de Jesucristo”, proclaman grandes letreros colocados sobre las casas enrejadas y amuralladas de un barrio del noreste de la capital hondureña. En realidad, nos hallamos en uno de los feudos de la pandilla 18.
Los rótulos los pusieron iglesias evangélicas en una campaña contra la violencia en el barrio Estados Unidos y otros tres de Tegucigalpa, desgarrados por la guerra que libran las pandillas Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS-13) por territorios para comerciar droga o extorsionar vecinos.
Es sábado. el pastor Efraín Amador organizó una caminata, a ritmo de tambores y timbales, con unos 300 niños disfrazados de tigres, pandas, abejas y flores. Algunos adultos iban de soldados romanos o personajes bíblicos y efectuaban representaciones religiosas en plena calle, haciendo un llamado a la paz.
Dos días antes, en la noche, Amador reunía a 14 jóvenes –algunos expandilleros como Feliciano, exmarero de la 18– en un amplio salón de la iglesia El Cordero, en El Sitio, otro de esos cuatro barrios atenazados por las pandillas .
“Si uno es pandillero activo y dice: ‘Hasta aquí, le voy a entregar mi vida a Cristo’, entonces hay que andar recto, derecho, porque si lo miran (los pandilleros) tambaleando, lo quiebran (matan)”, dice Feliciano –nombre ficticio–, un trigueño de 29 años, de cabello liso con cresta brillante.
Por la vía de la fe. La única posibilidad de salirse de una pandilla, cuenta, es convertirse a la fe dentro de una iglesia. La “deserción” equivale a la pena de muerte.
Feliciano, quien viste una llamativa camisa a cuadros blancos y morados y pantalón formal, es ahora brazo derecho del pastor.
“Uno puede cambiar el rumbo de una colonia o de un país”, afirma Amador en la reunión, argumentando que si se hubiera hecho algo a tiempo no habría crecido tanto el problema de las pandillas en Honduras, actualmente el país más violento del mundo.
Junto a su esposa, dirige un modelo de organización juvenil que imita la estructura de las pandillas o maras, pero cuyo fin es alejarlos de la criminalidad y la violencia.
Las maras están organizadas en pequeñas células ( clicas , en su argot) , que controlan una zona determinada. Las clicas evangélicas hacen grupos de oración y promueven actividades motivadoras como la caminata infantil.
Por muy peligrosa que sea esa labor en medio de sanguinarias pandillas, los pastores y otros activistas (los católicos también tienen iniciativas que están en marcha) están protegidos por el respeto de los mareros a los símbolos religiosos.
“Me respetan. Yo tuve una célula de unos 25 marihuaneros y pandilleros que reunía en la calle, al aire libre. Podían estar fumando marihuana pero cuando me miraban apagaban el puro, guardaban el guaro (licor) en las piedras y me escuchaban”, manifiesta Feliciano, en un sillón de una oficina de la iglesia.
Atento a la caminata de los niños, José, un obrero de 28 años de piel oscura y cabello rizado, reflexiona sobre su barrio: “Somos una colonia tachada de violenta. Solo Dios puede sanar esto”.
“Acercarse a Dios es lo único que queda en estos barrios marginados”, coincide Marvin Rodríguez, de 48 años, aunque reconoce que este año “la situación ha mejorado con la Policía Militar” que, pese al rechazo de grupos humanitarios, creó el Gobierno para intentar retomar el control de las colonias tomadas por las maras.
En el barrio Estados Unidos, territorio de la Barrio 18, la policía militar se instaló en un viejo edificio con 25 efectivos.
En El Sitio hay muchos negocios –pulperías y puestos de venta de frutas, verduras, granos o ropa–. Es un botín en disputa entre las dos pandillas porque es buen lugar para extorsiones .
Las otras dos colonias donde trabajan los evangélicos, La Trinidad y La Sosa, son dominios de la Mara Salvatrucha.
“Pero uno puede cambiar el rumbo. Muchos pandilleros, incluso líderes, se han restaurado en la iglesia y ahora son un ejemplo”, repite enérgico el pastor mientras camina alegre con los niños.