Jenny Prado Mora vive a una hora en bus de una sucursal bancaria y hace diez años ignoraba cómo hacer uso de servicios financieros.
Era una ama de casa que vivía de una pensión de ¢33.000 y de los ¢15.000 que se ganaba en un comedor. Hoy se considera empresaria y gracias a los microcréditos, tiene dos negocios propios y forma parte de una empresa de crédito en su comunidad.
Todo comenzó en el 2004, cuando Prado se unió a otras 14 personas del barrio para formar una empresa de crédito, con apoyo del Grupo Finca. Dicha organización, por medio de capacitaciones les enseñó fundamentos de administración para que pudieran hacer capital y luego prestarlo.
“Trabajamos en comunidades con gente excluida del sistema formal que no tiene acceso a préstamos de la banca tradicional, gente con bajo nivel educativo, que no son asalariados y no tienen garantías”, explicó Luis Jiménez, director de Grupo Finca.
Actualmente la Empresa de Crédito de La Fuente de Santa Teresita de Turrialba tiene 100 socios y ha otorgado 81 créditos para compra de ganado, gallinas, vivienda, equipos de computación, estudio y hasta para operaciones dentales.
Este tipo de empresas surgen como un alternativa para que personas sin acceso a servicios formales puedan incluirse de alguna forma en el sistema financiero.
Danilo Montero, director ejecutivo de la Asociación Costarricense para las Organizaciones de Desarrollo (Acorde), que otorga créditos a microempresarios, comentó que la clave de estos programas es el acercamiento a los clientes y la personalización del producto. “Una diferencia importante de nuestra operación con respecto al crédito bancario es que nosotros vamos al cliente”, agregó.
Otras alternativas. Los microcréditos no son la única manera para lograr la inclusión financiera. “El primer paso es acercarse a una entidad, abrir una cuenta e informarse cómo funciona”, explicó el economista Ronulfo Jiménez.
Las capacitaciones y educación financiera son otras de las alternativas. “El 60% de las personas que va a los cursos y capacitaciones que damos no son clientes, pero esto les permite tener acceso a conocimientos que en otras ocasiones requeriría matricularse a cursos en institutos o universidades”, detalló Montero.
El resultado son comunidades empoderadas que aprenden a hacer uso de servicios financieros, manejar mejor su dinero y salir adelante.
“Jamás en un banco me hubieran abierto una puerta; a una ama de casa que no tenía ingresos ni trabajo”, narró Jenny Prado.