En lo que a la reforma en salud se refiere, los republicanos sufren delirios de desastre. Saben, sencillamente saben, que la Ley de atención asequible de la salud está condenada al fracaso total. Por eso es fracaso lo que ven, sin importar la realidad como opuesta a lo abstracto.
Así las cosas, el martes 8 de marzo, Mitch McConnell, el líder de minoría del Senado, descartó el esfuerzo en pos de la igualdad en la paga como un intento por “cambiar de tema con la pesadilla de Obamacare”; el mismo día, la Corporación RAND, que no es partidista, dio a conocer un estudio que calcula “un aumento neto de 9,3 millones en los números de estadounidenses adultos con cobertura de seguro de salud de setiembre del 2013 a mediados de marzo del 2014”. ¡Qué clase de pesadilla! Y el aumento general, incluyendo niños y aquellos que se inscribieron durante la oleada de enrolamiento de finales de marzo, tiene que ser considerablemente más grande.
Pero, mientras que Obamacare en nada se parece a una pesadilla, algunas cosas en verdad horripilantes están sucediendo en el frente de atención de la salud. Porque resulta que hay una alarmante fealdad de espíritu ampliamente difundida por el moderno Estados Unidos. Y la reforma en salud ha sacado esa fealdad a la luz.
Empecemos con la buena información sobre la reforma, que sigue llegando. Primero se presentó un sorprendente empuje desde atrás en las inscripciones. Después hubo una serie de encuestas –de Gallup, el Instituto Urban y RAND—, todas las cuales sugieren grandes incrementos en la cobertura. Si se toma individualmente, cualquiera de estos indicadores podría ser descartado como un valor atípico, pero si toman juntos dibujan una imagen inconfundible de gran avance.
Pero, un momento, ¿qué hay de la gente que perdió sus pólizas gracias a Obamacare? La respuesta es que esto parece más que nunca como un asunto relativamente pequeño pero hiperbolizado por la propaganda de la derecha. Rand encuentra que menos de un millón de personas que con anterioridad tenían póliza individual se quedaron sin seguro –y muchas de esas transiciones, bien puede pensar uno, no tuvieron nada que ver con Obamacare—. Vale la pena notar que, hasta el momento, ni una sola de las historias de horror promovidas en los anuncios contra la reforma apoyados por los hermanos Koch se ha confirmado, lo que sugiere que las verdaderas historias de horror son raras. Ellos son propietarios de la segunda compañía de propiedad privada más grande de EE. UU.: Koch Industries.
Pasarán meses antes de que tengamos la imagen completa, pero está claro que el número de estadounidenses que no tienen seguro ya ha disminuido significativamente, en particular en el estado de origen de McConnell. Parece que alrededor del 40% de la población no asegurada de Kentucky ya ha logrado cobertura y podemos esperar que muchas personas más se afilien el próximo año.
Está claro que los republicanos no tienen idea sobre cómo responder a estos acontecimientos. No pueden ofrecer ninguna alternativa real a Obamacare, porque uno no puede lograr lo bueno de la Ley de atención asequible de la salud, como la cobertura para personas que ya tenían padecimientos, sin incluir también lo que ellos odian, el requisito de que todo el mundo compre seguro y los subsidios que hacen posible cumplir con ese requisito. La estrategia política ha sido hablar vagamente respecto a reemplazar la reforma mientras se espera su inevitable colapso. ¿Y qué pasa si la reforma no colapsa? No tienen idea sobre qué hacer.
En el ámbito estatal, sin embargo, los gobernadores y los legisladores republicanos todavía están en posición de bloquear la expansión de Medicaid que contempla la ley, con lo que niegan atención de la salud a millones de estadounidenses vulnerables. Y se han aprovechado de la oportunidad con todo el gusto: la mayoría de los estados controlados por los republicanos, que alcanzan la mitad de la nación, han rechazado la expansión de Medicaid. Hay evidencia. El número de estadounidenses que no están asegurados disminuye mucho más rápido en los estados que aceptan la expansión de Medicaid que en aquellos que la rechazan.
Lo que resulta sorprende respecto a esta onda de rechazo es que parece motivada en puro deseo de hacer daño. El gobierno federal está preparado para pagar por la expansión de Medicaid, por lo que a los estados no les costaría ni un centavo y, en realidad, proveería una afluencia de dólares. El economista especializado en salud Jonathan Gruber, uno de los principales arquitectos de la reforma en salud, lo resumió recientemente: Los estados que rechazan Medicaid “están dispuestos a sacrificar la inyección de miles de millones de dólares a su economía para castigar a los pobres. Se trata en verdad de escalofriante por la maldad que conlleva”. Cierto.
Y mientras las supuestas historias de horror de Obamacare siguen resultando falsas, ya es bastante fácil encontrar ejemplos de personas que murieron porque sus estados se rehusaron a ampliar Medicaid. De acuerdo con un estudio reciente, el número de muertos debido al rechazo de Medicaid es probable que oscile entre 7.000 y 17.000 estadounidenses cada año.
Pero nadie espera ver a muchos prominentes republicanos declarar que el rechazo de la expansión de Medicaid es erróneo, que velar por los estadounidenses es más importante que anotarse puntos políticos contra la administración Obama. Como dije, hay una extraordinaria fealdad de espíritu difundida en EE. UU. de hoy y la reforma en salud la ha sacado a la luz.
Y esa revelación, no la reforma misma –que está saliendo muy bien— es la verdadera pesadilla de Obamacare. Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.