Susan Linn, directora de la Campaña para una niñez libre de anuncios comerciales, afirma en un blog de opinión de The New York Times que las compañías gastan billones de dólares en mercadeo dirigido a niños.
Los niños carecen de madurez, de manera que son presa más fácil de los esfuerzos publicitarios. Y, por tanto, deberían ser respetados y protegidos, primero por las empresas anunciantes, luego por las empresas publicitarias y finalmente por los medios que difunden la publicidad.
La huella deformativa que la publicidad puede dejar en el niño, no se limita a la creación de un deseo que se puede satisfacer con un determinado producto, sino al sustrato afectivo de conseguir que valore intensamente el adquirir y tener, lo cual luego fundamentará un comportamiento consumista.
Se venden cosméticos para niños, tanto que en marzo del 2012, el Comité de Ministros del Consejo de Europa adoptó una resolución recomendando a sus Estados miembros dictar medidas para reducir los riesgos de salud provenientes de la exposición de infantes a este tipo de productos.
Positivo paso, pero incompleto, porque la salud del niño no es lo único que puede sufrir daño cuando se lo somete a la aceptación de que es conveniente y posible, recurrir a elementos externos para mejorar la apariencia o peor, para ser mejor aceptados por los demás.
Se organizan pasarelas y otras actividades para niños, lo cual, de una cierta manera, es convertirlos en objeto, lo mismo que las ropas que modelan.
Afortunadamente, hay padres y organizaciones que se esmeran por desarrollar en los niños la sensibilidad por las múltiples manifestaciones de la belleza. Por educar su capacidad de prescindir, posponer la satisfacción y sustituir satisfactores. Por despertar su espíritu crítico para blindarlos contra la publicidad invasiva y deformadora.
Por hacerlos conscientes del daño ecológico que provocan muchas formas de consumo.
Por irles despertando la conciencia de la trascendencia: esas nociones, aspiraciones y realidades que se encuentran más allá del mundo de los chunches y de la sensación pedestre de estar contento.