Las empresas son cuasipersonales. Piensan, desean, aspiran, sufren, se regocijan, se desafían a sí mismas, se desalientan, crean, se evalúan, forman hábitos.
Como a los seres humanos, les ocurre que pueden formar tanto hábitos virtuosos como hábitos deteriorantes. Estos, diluyen, desorganizan, drenan la eficacia, rebajan las metas, perturban la armonía. Y, al igual que en los seres humanos, los hábitos se forman a base de repetir acciones. De ahí la importancia que hoy se da a las buenas prácticas.
Miremos la soberbia. Es el culto a la apariencia. Las formas por encima de las esencias. La convicción de que nadie como nosotros, la cual lleva a muchas empresas a dormir del lado equivocado.
La buena práctica es la humildad: conocimiento y aceptación de la realidad; de las fortalezas y las debilidades; de las oportunidades y de las amenazas; la autoevaluación y la corrección de rumbo.
Y la avaricia, con la cual se enfrenta la largueza, expresada en este caso como generosidad. Como un compromiso a crear valor para clientes y usuarios. Como un énfasis mayor en lo que estamos entregando a los clientes, que en lo que en justo intercambio recibimos de ellos. Es la convicción de que puesto que se utilizan recursos que podrían estar utilizados de otras formas –como el tiempo de los colaboradores– hay una obligación de contribuir al bien común. Hay el hábito deteriorante del culto al corto plazo. Los dividendos con olvido de la capitalización. La última moda en equipos, en ejecutivos, en capacitación.
Y el convertir la empresa en fuente de disfrute personal de quienes están dentro. Volver el rótulo y beberse la cantina.
Y la impulsividad, el poco uso de la reflexión. Son los ambientes de trabajo donde aterricemos no es un llamado a concretar, sino una censura al pensamiento abstracto, reposado.
Y deslumbrarse de manera envidiosa con las circunstancias del competidor y no aprovechar las propias, desconociendo que cada agente, cada actor, solo puede actuar desde el conjunto de circunstancias que conforman su realidad.
Finalmente, la pereza, la indolencia, el desaprovechamiento de talentos, sombras estas que resaltan la luminosidad de los climas de trabajo diligentes, en los cuales el combustible cotidiano de las acciones es el entusiasmo, la pasión y, con frecuencia, el amor.