El desarrollo personal no es una etapa que termine al final de la adolescencia. Nos desarrollamos a lo largo de nuestra vida. Aun los ancianos, que elaboran su actitud ante el final, se están desarrollando.
Carl Rogers, psicólogo norteamericano, ha dicho que la persona que se desarrolla, aumenta la confianza en sí misma, se hace menos rígida, se plantea metas más realistas, acepta más fácilmente a los demás, se hace más abierta a la evidencia de lo que ocurre dentro de sí y de lo que ocurre fuera de sí, se convierte un poco más en la persona que desearía ser, adquiere características de personalidad más constructivas, corrige sus desajustes de comportamiento y se comporta en forma más madura.
Crecemos a partir de lo que vamos viviendo. Para ello es indispensable contar con la materia prima; es decir, exponernos, accionar, coleccionar vivencias con sentido. Hay que conocer que existe la posibilidad de crecer. Si queremos crecer, tenemos que estar abiertos a la información que otros nos den sobre cómo los afecta nuestro comportamiento.
Hay que aceptar con serenidad nuestras debilidades y nuestras fortalezas.
Debemos reflexionar sobre los eventos: qué ocurrió, por qué, qué otras formas pudo haber tomado lo que ocurrió, qué volveríamos a hacer en la misma situación. Si además escribimos sobre lo que ocurrió, aumentamos los frutos. Un diario es la bitácora de quien se desarrolla. Aprender qué hacer con el dolor que nos causa el desarrollo. Experimentar la aceptación incondicional de quienes nos aman, y aceptar incondicionalmente a otros, porque esa aceptación nos permite entender que todos tenemos derecho a ser como somos.
Hay oportunidades particulares de crecimiento. Entre ellas, podemos enumerar algunas experiencias traumáticas tales como quebrantos de salud, pérdidas económicas y pérdidas sentimentales. Los estudios significativos que se abordan con seriedad. Las experiencias nuevas que nos obligan a utilizar recursos que no veníamos utilizando. Una buena psicoterapia.
O algunas relaciones interpersonales que nos sacuden y, después de las cuales, ya no somos los mismos.