El primer semestre del año arroja resultados mixtos. Por una parte, afectó negativamente el cierre de la planta de manufactura de Intel y la contracción de la producción agropecuaria de exportación por fenómenos climatológicos.
Desde la perspectiva de la demanda, también es preocupante el bajo dinamismo de la inversión por la baja ejecución de obra pública y el deterioro de la confianza empresarial.
Sin embargo, condiciones externas favorables permitieron compensar parte de esos efectos adversos. La baja en los precios de las materias primas, en especial el petróleo, significó no solo una muy baja presión inflacionaria, sino que además se reflejaron en un crecimiento más acelerado del ingreso real y del consumo de los hogares, explicado por la mejora en los términos de intercambio.
El acceso al financiamiento externo –público y privado– permitió que pese al desequilibrio fiscal, las tasas en colones, incluso, bajaran un poco.
El 2016 se ve más complejo desde la perspectiva macroeconómica y el escenario planteado por la autoridad monetaria parece pecar de optimista.
Sin una corrección al déficit público ni acceso a financiamiento externo, es poco creíble que las tasas de interés puedan mantenerse estables y, menos, bajar, debido a la presión por financiamiento que ejercería el año próximo el sector público.
En ese contexto, sin motores de crecimiento claros, sin el impacto positivo de la mejora en los términos de intercambio y el aumento en las tasas de interés reales, el crecimiento económico se moderaría, en lugar de acelerarse como supone el Banco Central.
El espacio que la baja inflación abre para reducir la tasa de política monetaria, con el fin de activar la economía, será muy limitado, especialmente el año próximo, por la expectativa de poco avance en la solución de la problemática fiscal.