Quizá Gary Speed era lo más parecido a un príncipe en este país cansado de la parafernalia nobiliaria. Quizá se merecía el título de “príncipe de Gales” más que Carlos, el hijo de la Reina Isabel II. Alguna dirá que hasta era mucho más guapo.
En la víspera del “ Gary Speed memorial match ”, como se le llamó al juego de hoy, parece que el clima estuviera también de luto. La bruma casi cremosa, un camino de tierra y una mansión-castillo deshabitada, construida hace 400 años, hacen pensar en que alguien ha muerto.
Con ese clima, los futbolistas costarricenses entrenan abrigados en la cancha dispuesta con césped perfecto entre el castillo y un bosque seco. Compiten, se perfeccionan, juegan y bromean. Después, ante los micrófonos, la mayoría evade hablar de asuntos particulares y resalta la unión de grupo, el trabajo del grupo, la armonización del grupo. El grupo, el grupo, el grupo...
Son pocos los que hablan de lo particular, sus triunfos o sus goles en contra. Keilor Navas acepta valiente que ha pasado muchos días con el ánimo nublado en un campeonato español donde, se supone, el sol brilla las 24 horas.
También lo hace Michael Umaña, que pasó la Navidad angustiado sin trabajo cierto, sin saber qué sería de él, su futbol y su familia, después de saborear las mieles de la MLS, siempre llena de sponsors y dolaritos.
Debajo de la camiseta térmica llevan relatos propios e íntimos. El de Pablo Gabas no es negativo, pero es otro ejemplo de la “mortalidad” de los futbolistas. Él fue legionario argentino sin que nadie en Argentina lo supiera. Un día llegó a Costa Rica a jugar con un equipo segundón que ya ni existe (Santa Bárbara). Era un inmigrante, dicho sin rodeos, pero se quedó más tiempo y se nacionalizó. Ahora comparte con Navas y Umaña en un mismo grupo, un grupo, un grupo uniformado de rojo por encima de las cicatrices tan comunes en los “mortales”.
Un grupo sobre el que todo un país cree tener derechos y estar en capacidad de exigirle cuentas y sacrificios como si se les pagara con dinero público. La afición les inyecta el veneno de la fama y después, cuando ya no anotan goles ni atajan penales, o cuando haya niebla en España o una mala Nochebuena en Costa Rica, el interés del público se disipa y los seleccionados quedan solos con sus apuros propios de “mortales”.
Pocos pensamos en esos “partidos domésticos de las estrellas mortales”, como los llamó un taxista galés hablando sobre la muerte de “Gary”, así, sin el Speed. Como quien dice “Lester” sin decir “Morgan”.