Gesticula con las manos, con los brazos, con el rostro. Salta, grita, da la vuelta, parece regresar al banquillo, pero vuelve intempestivamente hacia el borde de la cancha. Quisiera meterse en ella. Y de alguna forma lo hace partido a partido.
Exagera, dirán algunos mirando a Paté Centeno, cual encarnación de director de orquesta, dramaturgo y expresivo técnico de fútbol, a veces uno, a veces otro, a veces todos los papeles a la vez.
Reúne a sus jugadores en un pequeño círculo, los mira a la cara, les habla fuerte, les grita, les gruñe, les dice todo de lo que son capaces, les da un golpe con la mano, en el hombro, en el pecho, o simplemente clavando en sus ojos una mirada de dragón Tagaryen.
Centeno no pasa desapercibido –su equipo tampoco–, con una atrevida y riesgosa propuesta de juego.
Quizás echa mano a más ademanes de los necesarios, pero a nadie debería afectarle ese estilo dramático, a punto de arrancarse la cabeza o de cobrar el saque de banda con el próximo balón que salga cerca del banquillo. Prefiero un técnico metido de lleno, candidato a camisa de fuerza, que uno impávido, de esos que dicen poco o nada a sus jugadores, capaz de competir con la última figura de cera de los museos Madame Tussauds. ¿Se le viene alguno a la mente?
No me malentienda: nada de malo hay en dedicarse a pensar, el técnico no puede dejar de hacerlo; es su prioridad. Tiene prohibido canjear su análisis por la mera emotividad. Si entre brazos abiertos, saltos y gestos, deja de descifrar el partido, más le valdría quedarse los 90 como El pensador de Rodin.
Paté Centeno no es de esos, capaz –por lo visto en el arranque de campeonato– de aspirar a un Oscar sin perder de vista el partido, los movimientos del rival, los sectores desprotegidos y –sobre todo– el tránsito de la pelota de pie a pie, que suele desembocar en un cambio de juego con pase largo hacia la banda.
Técnicos como el Cholo Simeone, el Piojo Herrera y el mismo José Mourinho son vivo ejemplo de aquellos que no se limitan a mirar. Atizan y encauzan a sus jugadores, presionan al guardalínea, despiertan al aficionado.
¿Cuestión de estilos? Quizás. Algunos, a lo Zinedine Zidane o Pep Guardiola parecen lograr el justo equilibrio. Casi siempre de pie, a un par de pasos de la línea lateral, sin mucha alharaca, le hacen sentir al jugador su presencia.
Me gusta ese balance, pero si de extremos se trata, prefiero el histrionismo del Paté que la petrificación de más de uno.