El fantasma del 50 se esfumó el sábado en el Maracaná, el mismo recinto que lo vio nacer hace 64 años y que se mantuvo en pie para verlo desaparecer. Una venganza prestada que hoy Brasil le debe al talento de James Rodríguez.
Fue él, la gran revelación de Colombia y de este Mundial, quien hincó con frialdad a la Uruguay de Diego Forlán y Edinson Cavani, ese equipo que se ilusionó con Luis Suárez en la cancha pero que finalmente desapareció sin él.
El conjunto de Óscar Tabárez no encontró ningún nombre para emparejar el talento del cucuteño, ni a él ni a sus dos goles: el primero una genialidad para la historia, el segundo una cátedra de dinámica y trabajo en conjunto.
En realidad, poco se puede decir del creativo colombiano que refleje con honestidad lo que está haciendo en Brasil: ya es el goleador y la figura, el jugador más laureado de la fase de grupos y un hombre demasiado determinante en un conjunto que, gracias a él, levantó ayer el estandarte de candidato.
Mucho y nada. Colombia enfrentó a la Uruguay sin Suárez, esa versión más pobre del campeón de 1930 y 1950, que evidenció la enorme ausencia que el delantero del Liverpool dejó en su titular.
Forlán, el sustituto del sancionado Pistolero, saltó al terreno apenas para poder entregarle a James la estafeta de figura que ganó en 2010, la sucesión lógica de la juventud por sobre la experiencia.
Nada pudo hacer la zaga charrúa para interponerse entre el “10” cafetero y su cita con la gloria. Ni al 28’ cuando recibió de pecho un balón largo de Abel Aguilar, ni al 50’ cuando cerró la pinza en una maraña de pases que Juan Cuadrado le encargó a él de culminar.
Fue la sentencia uruguaya y el lazo colombiano con que se adornó ese boleto histórico a los cuartos de final, lo más lejos que un Mundial ha visto llegar a los cafeteros.
También, fue la confirmación de todo lo bueno que hasta ahora ha demostrado el alegre equipo de José Pekerman, demasiado efectivo e inspirado adelante aunque a veces un poco preocupado atrás.
Uruguay, que en los últimos minutos intentó con tantas ansias levantarse de la lona, terminó siempre por encontrarse con la otra gran figura de este Colombia, un David Ospina que se niega a dejarle todo el crédito a James.
Así fue como Brasil se desentendió de la amenaza del golpeado fantasma del 50, una alegría dudosa y posiblemente hasta irreal, porque el destino le puso a este Colombia por delante, un equipo donde no hay fantasmas, solo realidades.