Con gran optimismo, algunos analistas políticos resolvieron que el presidente venezolano Hugo Chávez exhumó “los restos del gran Bolívar, ese esqueleto glorioso” (como él mismo lloró en Twitter) desplegando una cortina de humo ante los problemas reales de su país.
Yo me temo que la verdad sea peor. Chávez, al igual que otros líderes populistas, cree que el futuro de Latinoamérica no está en el porvenir, sino en su pasado glorioso, aunque solo sea glorioso por la altura de sus fracasos, y al que siempre podemos recurrir para comenzar de nuevo.
Al ver a Bolívar –igual como yo quise verlo de niño, en 1969–, Chávez debió sentirse decepcionado al no hallar su cuerpo incorrupto, como dicta la tradición católica de los santos. Pero, bueno, lo que causaron los gusanos lo puede mitigar el mito. Ya lo decía el escritor inglés de origen caribeño V.S. Naipaul, premio Nobel de Literatura en 2001, refiriéndose a Evita Perón: “Latinoamérica no tiene historiografía sino hagiografía” –es decir, relatos de santos–. La realidad nos estorba y preferimos los monumentos. Los de carne y hueso los hacemos de metal y estos de nuevo en carne y hueso.
Intente usted contar el número de bustos de José Martí en La Habana. Las toneladas de bronce que suman las estatuas de nuestros próceres superan con creces los ríos de mercurio que se supone que protegen el mausoleo del primer emperador chino, Qin Shi Huang, bajo su invencible e inservible ejército de terracota. Hablamos de lo mismo: de preservar, inútilmente, el tiempo.
En Latinoamérica, aún consideramos que confundir la política con la utopía es la mayor de las virtudes. ¿De qué mejor manera se puede conmemorar el bicentenario de... –de eso que después, algún día, llegaremos a definir– que trayendo al presente a su héroe máximo? Es más, aunque el lector crea que le tomo el pelo, el pasado 5 de julio los “restos” de Manuelita Sáenz, la amada de Bolívar, fueron románticamente depositados a su lado en el Panteón Nacional de Caracas. No se trata de una telenovela venezolana –o más bien sí– sino de política. Por supuesto, estos despojos son tan auténticos como los que hace 30 años Daniel Ortega nos envió de Juan Santamaría (y que resultaron ser, para no ofender a nadie, de un “mamífero doméstico de la familia de los cánidos”).
Preparando el ultraterreno reencuentro –amor constante más allá de la muerte,diría Quevedo, o ¡hasta la victoria siempre!– el presidente ecuatoriano Rafael Correa ascendió a Manuelita a generala el 22 de mayo del 2007. A su vez, Chávez la nombró generala de brigada, madre de la patria... y demás rosarios.
El único obstáculo para esta reunión post mórtem es que la Libertadora del Libertador –como la condecoró Bolívar cuando ella le salvó la vida en 1828– murió en 1856, en una epidemia; fue incinerada y enterrada en fosa común. Pero el mito, no la historia, todo lo puede.
Lugar quimérico. Desde Colón, Latinoamérica no ha sido un espacio real sino una quimera. Los conquistadores vieron el paraíso terrenal, buscaron Eldorado y saquearon el Nuevo Mundo. De ahí en adelante –o hacia atrás, más bien– hemos vivido presos de la ilusión de un pasado inalcanzable (el que pudo haber sido y no fue, como Las Indias de Colón o la Gran Colombia de Bolívar) y de la noción política de que podemos inventar el futuro sin las mediocres tareas del presente.
Estamos hechos para imaginar porque la realidad nos sabe a poco. El ahora no es suficientemente heroico si tenemos un pasado glorioso que añorar o, en su defecto, que combatir. Carlos Fuentes lo advirtió en su primera novela: “En México no hay tragedia: todo se vuelve afrenta”. Como los molinos de viento de Don Quijote, ganamos las batallas imaginarias o recordamos las que ganamos en el pasado y las seguimos ganando en ese lugar a prueba de realidades que es nuestra historia.
Tenemos los mejores escritores del mundo y tendríamos los mejores políticos si se dedicaran a la literatura. Por desgracia, se dedican a la política, donde la confusión entre memoria y deseo puede ser desastrosa porque la inflación, el desempleo, la pobreza, la impunidad y la corrupción se acumulan en el presente. Pero, ahora, ¿quién podrá defendernos? ¿Cómo no se me había ocurrido? El clon de Bolívar que saldrá de las células madre y células padre de la patria.