Sorprendente es pensar que nuestro cuerpo, sea pequeño, delgado, grande o musculoso, es casi pura agua; desde los huesos, el tejido más seco, hasta la sangre, el más húmedo, somos todos, sin darnos cuenta, agua. De nuestro cerebro, unidad central de procesamiento de datos con que contamos como computadora principal, tres cuartas partes son agua.
Otro dato curioso es que también, desde el punto de vista de la filogenia u origen y desarrollo evolutivo de nuestra especie, parece que fuimos creados y surgimos hacia la superficie terrestre desde el agua del océano primigenio.
Y aún así, seres acuosos originados en el seno de las aguas, insistimos en darle la espalda: contaminamos las fuentes, talamos los bosques, construimos en las zonas de recarga, invertimos en planes reguladores y luego los descalificamos. Cruda realidad en la que, conscientes o inconscientes, haciendo o permitiendo, todos participamos.
Se justifica un esfuerzo individual y colectivo para modificar nuestra conducta. Va en ello nuestra vida misma. Como esfuerzo conjunto, escuela, diarios, radio y televisión deberían insistir en este tema. Es problema de hoy; mañana será muy tarde.
Es preciso cambiar. Es urgente cambiar.
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