A George Balanchine (1904 - 1983) no se le hizo difícil crear las coreografías de sus más de 400 ballets ... porque nació para ello. A los 16 años estrenó La Nuit (La noche, 1920), con música de Anton Rubinstein, y desde entonces se abocó a la tarea de construir un nuevo arte del ballet para el siglo que conocía las mayores transformaciones en la danza.
Balanchine nació en San Petersburgo, y en su adolescencia se encontró con el nacimiento de la URSS. Tomó clases de danza desde los nueve años, y luego de piano y teoría musical. Con estas herramientas dialogó con Igor Stravinsky, de cuyas obras Balanchine interpretó 39 ballets . A mediados de los años 20, fundó el Ballet Joven , tan experimental que las autoridades lo rechazaron; su sed de novedad lo llevó a huir, junto con dos reconocidos bailarines y su esposa, durante una gira por Alemania. En París, Serguéi Diáguilev los recibió afablemente, convencido de que su talento haría brotar piezas célebres.
En este ambiente propicio, Balanchine mezcló la furiosa novedad del siglo XX con lo más puro del ballet , y la gracilidad de la danza académica con las nuevas reglas del juego artístico. Con los Ballets Russes de Diáguilev, colaboró con Stravinsky, Claude Debussy, Erik Satie y otros renombrados compositores. Con Apolo Musageta (1928) estrenó su firma, el estilo neoclásico: un mito griego leído por nuevas escalas tonales y un movimiento más libre del cuerpo.
Su marca indeleble sobre la danza la dejó en Estados Unidos, donde fundó la Escuela de Ballet Americano. Inyectó en la escena su reacción contra la teatralidad extrema y la preponderancia de la trama sobre la expresión corporal. Balanchine prefería los ballets sin argumento, pues permitían a los bailarines hilvanar sus narraciones con sus propios medios de expresión: sus extremidades y sus gestos.
Balanchine veía su ballet como un encantamiento: una ilusión febril creada por el movimiento y la música; la fábula se creaba en los gestos de los bailarines. Balanchine trabajaba con calma y esmero cada puesta en escena y procuraba que sus juegos de magia fueran fruto de la conversación entre artistas, decoradores, músicos y el público.
Fernando Chaves Espinach
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