De camino a las imponentes ruinas mayas de Tikal, en la región de Petén, al norte de Guatemala, se encuentra El Remate, un pueblo rural bañado por el lago Petén Itzá y rodeado por una densa montaña que en un extremo tiene la forma de un cocodrilo posándose en el agua.
La montaña es además hogar de jaguares, monos aulladores y cientos de especies de aves exóticas cuyos cantos se mezclan con el constante “tac-tac-tac” de los artesanos que tallan la madera como un medio de vida.
El Remate fue por décadas un pueblo de agricultores de maíz y frijoles; mas ahora, la mayoría de las casi 400 familias que lo habitan viven de vender sus exóticas artesanías de madera, las cuales han hecho del pueblo una parada obligatoria para los turistas.
Hace 20 años, los habitantes de esta comunidad dejaron de sembrar para convertir la madera en arte y, sin darse cuenta, se volvieron ellos mismos protagonistas silenciosos de un cambio que ha salvado miles de hectáreas de bosque en Petén. Allí, 45.000 hectáreas de bosque lluvioso son destruidas cada año, lo que representa casi el 60% de la deforestación de Guatemala.
Como agricultores, cada peón debía destruir unas cinco hectáreas de bosque por año, para dedicarlas a la siembra. En cambio, como artesanos, cada uno utiliza un solo árbol que le da trabajo por 365 días e ingresos tres ó cuatro veces mayores a los de antes.
Rolando Soto es conocido en El Remate como el padre de esta transformación. Él, como sus vecinos, tenía que botar la montaña para ganarse el pan. La razón es que para poder sembrar en las tierras calizas que predominan en la región, era necesario aplicar lo que se conoce como agricultura de roza y quema. Consiste en derribar el bosque, dejar secar la vegetación y prenderle fuego para luego sembrar en sus cenizas. El problema es que una parcela tratada era casi inútil después del segundo año; entonces, el proceso de roza y quema debía extenderse por el bosque.
“Imagínese que en un día de trabajo en agricultura, cada peón quemaba 20 metros cuadrados de bosque, a cambio de un salario de 40 quetzales unos ¢2.500). ¡Estábamos vendiendo oro a cambio de bronce!”, explica don Rolando.
Cansado de esto, un día se le ocurrió hacer pequeñas canoas de madera para venderlas como
Y es que el cambio era radical. Don Rolando dice con orgullo que en la artesanía basta un pie cuadrado de madera por día para trabajar y obtener ganancias de entre $17 a $25 (¢9.000 y ¢13.000). Como en el proceso no desperdician ni las raíces ni las ramas muertas, cada artesano vive bien con un solo árbol por año.
Jairo Jiménez, de 33 años, es testigo y hasta parte de una generación para la cual la agricultura nunca fue una opción. “Yo he sembrado para saber cómo se hace, pero no se puede vivir de eso”, aseguró.
El joven empezó a los 8 años lijando madera en el taller de don Rolando, donde se ganaba algo para ayudar en su casa tras la muerte de su padre. En pocos años empezó a fabricar sus propios artículos.
Hace un par de años, la crecida comunidad de artesanos se unió para crear el Proyecto Ecológico Artesanal, iniciativa que les ha permitido especializarse y encontrar nuevos mercados para sus productos que ahora incluyen réplicas en miniatura de sus ancestros mayas, de tucanes, jaguares, monos y otros animales de la selva, además de tazones, artículos para la cocina y joyería.
El proyecto participa del programa Entrenamiento, Investigación, Extensión, Educación y Sistemas (Trees, en inglés), una iniciativa de Rainforest Alliance (organización conservacionista internacional) y de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid). Este les ha brindado capacitación, asistencia técnica y apoyo en el proceso de comercialización.
Como resultado de la participación en Trees, las artesanías de El Remate se están vendiendo en el Aeropuerto Internacional La Aurora, en Ciudad de Guatemala. Además, los artesanos empezaron a utilizar maderas sostenibles certificadas por el Consejo de Manejo Forestal (FSC, por sus siglas en inglés), provenientes de la concesión Árbol Verde, en la Reserva de la Biosfera Maya.
Incluso, hay planes para conformar una cooperativa y están creando un fondo de ahorro.
“Esta iniciativa es un ejemplo de un modelo exitoso para conservar los bosques y combatir la pobreza simultáneamente”, explicó Ramón Zetina, consultor de Rainforest Alliance. Según Zetina, el proyecto no solo logró invertir la tendencia de la agricultura de roza y quema, sino que ha mejorado directamente la vida de cientos de familias.
Sin duda, desde sus talleres, don Rolando y su comunidad han logrado combinar con éxito la conservación de los bosques y la lucha contra la pobreza. Pero aún queda más, dice, “ahora debemos asegurar que las futuras generaciones hagan lo mismo”.
Charlie Watson y Yessenia Soto laboran para Rainforest Alliance.