Durante estas dos semanas el mundo entero está atento a lo que miles de representantes de la comunidad internacional acuerden en Río de Janeiro, en la conocida Cumbre Río +20. La atención se vuelve hacia el cambio climático y un modelo de desarrollo económico insostenible, con sus devastadores efectos sobre el medio ambiente y consecuentemente sobre quienes habitamos el planeta.
Se trata del mayor desafío que ha enfrentado la sociedad humana, autoprovocado por la voracidad e inconsciencia que acompaña al ser humano en su camino hacia el consumismo desmedido.
Algunos efectos son inminentes: un perceptible aumento de la temperatura del planeta y alteraciones en el régimen de lluvias, lo que resulta en inundaciones, sequías, mayor incidencia de incendios, plagas y enfermedades en los cultivos y la mayor amenaza para la extinción de especies.
En términos monetarios, el impacto se traduce en costos que, según el Banco Interamericano de Desarrollo, alcanzan los $100.000 millones anuales solo en América Latina. Resulta paradójico pensar que, con tan solo una pequeña fracción de ese dinero, la región podría invertir en tomar acciones concretas y efectivas para combatir el daño por medio de políticas y tecnologías climáticamente inteligentes. Y mientras tanto, año con año miles de vidas humanas se pierden, las cosechas desfallecen o son arrasadas junto con la infraestructura y el futuro de desarrollo en nuestras naciones. Es urgente invertir para manejar lo que ya será inevitable, pero más necesario aún, para evitar lo que sería inmanejable.
¿Qué hacer? ¿Cómo abordar efectivamente el problema? Durante las últimas décadas, Catie ha trabajo en busca de diseñar respuestas a estas preguntas, vitales para nuestro mañana. Fruto de este trabajo proponemos ahora el concepto de territorios climáticamente inteligentes. La premisa generadora es sencilla; problemas complejos y urgentes requieren del trabajo colectivo. Solo así las acciones tendrán impacto y escala para constituirse en verdaderas alternativas de desarrollo sostenible.
Pero ese trabajo colectivo se afinca en un territorio, el cual no solo es un espacio geográfico sino también una construcción social reflejada en la cultura, la producción, la gobernanza, es decir, un hilo conductor que caracteriza y diferencia una zona de un país.
Al ser una construcción social, su gestión debe basarse en una visión y una estrategia compartida; acción colectiva, pensada estratégicamente para ser alcanzada por el esfuerzo común. Los territorios climáticamente inteligentes involucran el uso óptimo de los recursos, sistemas de producción agrícola inteligentes, la adaptación al cambio y variabilidad climática y una estrategia de desarrollo baja en emisiones. En forma armonizada, los habitantes y tomadores de decisión dentro del territorio modifican positivamente su entorno, asegurando que en un futuro inmediato el alimento no se ausente de todas las mesas, la energía limpia mueva la producción y el agua apague la sed de vida del planeta.
¿Qué se requiere para alcanzar este objetivo? El punto de partida es el compromiso de líderes en los ámbitos político, empresarial, académico y comunitario, una estrategia compartida, adecuados recursos financieros y humanos y una alta dosis de innovación. Adicional- mente nuestra sociedad debe caminar hacia un modelo más inclusivo, donde las poblaciones en riesgo social encuentren espacio y asideros para el crecimiento personal y colectivo. Los territorios climáticamente inteligentes son un modelo viable para construir esa sociedad sostenible e inclusiva. ¿Queremos ayudar a construirla?