El escultor Domingo Ramos relata haber soñado que se convirtió en dictador de Costa Rica. En ese sueño, para recuperar los valores humanistas y construir una nación libre, soberana y solidaria, restablece el Ejército y la pena de muerte, elimina la Sala IV, renacionaliza todo (incluida “la sangre tica”), prohíbe sindicatos “palanganeadores” y “tumultos”, y controla la prensa (“no más Naciones, Julios, Santos o Pilares... ni más La Teja ”).
Lejos de ser una excepción, el sueño de Ramos es parte de una corriente de desencanto con la política que, desde finales de la década de 1990 (por lo menos), ha conducido a ciertos sectores de la sociedad a soñar con el advenimiento de un “hombre fuerte” que ponga orden.
El año pasado, Alberto Cañas propuso un golpe de Estado, y, más recientemente, el expresidente Luis Alberto Monge, en el Diario Extra manifestó: “Es muy triste la situación para los ciudadanos, tenemos que esperar unas elecciones porque en Costa Rica no se acepta un golpe de Estado”.
Así como “el sueño de la razón produce monstruos”, el desencanto con la democracia fácilmente conduce a soñar con el fascismo.
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