OXFORD – Entre los estereotipos occidentales más prevalecientes sobre los países musulmanes están aquellos que tienen que ver con las mujeres musulmanas: de ojos grandes e inocentes, cubiertas con un velo, sumisas, exóticamente silenciosas, habitantes vaporosas de harenes imaginados, encerradas detrás de rígidos roles de género. Ahora bien, ¿dónde estaban estas mujeres en Túnez y Egipto?
En ambos países, las manifestantes mujeres no tenían nada que ver con el estereotipo occidental: estaban al frente y en el centro, en videos de noticias y en foros de Facebook, y hasta entre los cabecillas. En la plaza Tahrir de Egipto, voluntarias mujeres, algunas acompañadas por niños, trabajaron tenazmente para respaldar a los manifestantes –ayudando con la seguridad, las comunicaciones y el refugio–. Muchos comentaristas le atribuyeron a la gran cantidad de mujeres y niños el notable espíritu pacífico generalizado de los manifestantes frente a las graves provocaciones.
Otros reporteros ciudadanos en la plaza Tahrir –prácticamente todos los que tenían un celular se convirtieron en eso, en reporteros ciudadanos– observaron que las masas de mujeres involucradas en las protestas eran demográficamente inclusivas. Muchas usaban pañuelos y otras señales de conservadurismo religioso, mientras que otras se deleitaban con la libertad de poder besar a un amigo o fumar un cigarrillo en público.
Protagonistas. Pero las mujeres no solo ejercían el papel de trabajadoras de apoyo, el rol habitual al que son relegadas en los movimientos de protesta, desde aquellos en los años 1960 hasta los disturbios estudiantiles recientes en el Reino Unido. Las mujeres egipcias también organizaron, se ocuparon de la estrategia e informaron sobre los acontecimientos. Bloggers como Leil Zahra Mortada asumieron serios riesgos para mantener al mundo informado diariamente sobre lo que acontecía en la plaza Tahrir y otras partes.
El papel de las mujeres en el gran levantamiento de Oriente Medio ha sido subestimado de modo deplorable. Las mujeres en Egipto no solo se “sumaron” a las protestas –fueron la fuerza de liderazgo detrás de la evolución cultural que hizo las protestas inevitables–. Y lo que es válido para Egipto también es válido, en mayor o menor medida, en todo el mundo árabe. Cuando las mujeres cambian, todo cambia, y las mujeres en el mundo musulmán están cambiando radicalmente.
El mayor cambio tiene que ver con la educación. Hace dos generaciones, solo una pequeña minoría de las hijas de la élite recibían una educación universitaria. Hoy, las mujeres representan más de la mitad de los estudiantes en las universidades egipcias. Están siendo entrenadas para utilizar el poder de maneras que sus abuelas casi ni habrían imaginado: publicando diarios (como hizo Sanaa el Seif, desafiando una orden del Gobierno para que dejara de operar); haciendo campaña para puestos de liderazgo estudiantil; recolectando fondos para organizaciones estudiantiles, y organizando reuniones.
De hecho, una minoría sustancial de mujeres jóvenes en Egipto y otros países árabes se han pasado sus años de formación pensando en términos críticos en contextos de género mixto, y hasta desafiaron públicamente a los profesores varones en el aula. Es mucho más fácil tiranizar a una población cuando la mitad no recibió una buena educación y fue entrenada para ser sumisa. Pero, como bien deberían saber los occidentales a partir de su propia experiencia histórica, una vez que se educa a las mujeres, la agitación democrática probablemente acompañe el masivo cambio cultural que se produce después.
Redes sociales. La naturaleza de los medios sociales también ayudó a transformar a las mujeres en líderes de la protesta. Después de haber enseñado aptitudes de liderazgo a mujeres durante más de diez años, sé lo difícil que es lograr que se pongan de pie y hablen en una estructura organizacional jerárquica. De la misma manera, las mujeres tienden a evitar la condición de mascarón de proa que la protesta tradicional les impuso en el pasado a ciertas activistas –casi invariablemente una mujer joven impetuosa con un megáfono–.
En estos contextos –con un escenario, un reflector y un altavoz– las mujeres muchas veces se apartan de los roles de liderazgo. Pero los medios sociales, a través de la naturaleza misma de la tecnología, cambiaron la manera en que hoy se ve y se siente el liderazgo. Facebook imita el modo en que muchas mujeres eligen experimentar la realidad social, donde las conexiones con otra gente son tan importantes como el dominio o el control individual, si no más.
Uno puede ser un poderoso líder en Facebook con solo crear un “nosotros” realmente grande. O puede quedarse del mismo tamaño, conceptualmente, como todos los demás en su página –no hay que hacer valer su dominio o autoridad–. La estructura de la interface de Facebook crea lo que las instituciones tradicionales, a pesar de 30 años de presión feminista, no lograron ofrecer: un contexto en el que la capacidad de las mujeres para forjar un “nosotros” poderoso y comprometerse en un liderazgo de servicio puede hacer avanzar la causa de la libertad y la justicia en todo el mundo.
Por supuesto, Facebook no puede reducir los riesgos de la protesta. Pero, por más violento que pueda ser el futuro inmediato en Oriente Medio, el registro histórico de lo que sucede cuando las mujeres educadas participan en los movimientos de libertad sugiere que aquellos en la región a quienes les gustaría mantener un régimen de mano de hierro están acabados.
Justo cuando Francia comenzó su rebelión en 1789, Mary Wollstonecraft, a quien habían atrapado presenciándola, escribió su manifiesto para la liberación femenina. Después de que mujeres educadas en Estados Unidos ayudaron a pelear por la abolición de la esclavitud, colocaron el sufragio femenino en la agenda. Después de que les dijeron en los años 1960 que “la posición de las mujeres en el movimiento es propensa”, generaron un feminismo de “segunda ola” –un movimiento nacido de las nuevas capacidades y las viejas frustraciones de las mujeres–.
Una y otra vez, cuando las mujeres libraron las otras batallas por la libertad de sus tiempos, avanzaron para defender sus propios derechos.
Y, como el feminismo no es más que una extensión lógica de la democracia, los déspotas de Oriente Medio enfrentan una situación en la que será casi imposible obligar a estas mujeres hoy despiertas a poner freno a su lucha por la libertad –la propia y la de sus comunidades–.
Naomi Wolf es una activista política y crítica social cuyo libro más reciente es Give Me Liberty: Handbook for American Revolutionaries.