Entre las participantes del Festival de Cannes de 1950, se encontraba una película mexicana de nombre desconsolado, firmada por un realizador cuyo nombre sonaba a los más viejos y conocedores: Los olvidados , de Luis Buñuel.
Los veteranos debieron contar a los jóvenes que, 20 años atrás, un aragonés afincado en Francia y vinculado al movimiento surrealista había estrenado la más escandalosa película de la que tenían memoria: L’âge d’or (La edad de oro, 1930). Esta era una arremetida contra los valores cristianos, burgueses y capitalistas y una heroica exaltación del amour fou (amor loco). Era un largometraje tan escandaloso que continuaba censurado.
Sabían los viejos y curtidos que Buñuel dirigió otros dos filmes, un cortometraje con Salvador Dalí titulado Un chien andalou (Un perro andaluz, 1928) y un salvaje documental sobre la España del campo, Las Hurdes, o Tierra sin pan (1933).
Los viejos habían escuchado también que Buñuel después volvió a España, produjo infames melodramas y participó en la Guerra Civil. Como otros partidarios de la República, debió migrar a América, donde se le perdió la pista por más que un decenio.
Eran muchas las expectativas pues Los olvidados permitía encontrarse con un clásico que la mayoría solo conocía de oídas. Buñuel no compartía el entusiasmo de los franceses; el filme participaba en Cannes contra su voluntad, por iniciativa de los productores mexicanos.
Buñuel temía que esta nueva obra –una película de argumento, dramática, popular y de contenido social– cayera como un balde de agua fría sobre quienes conocieron sus piezas surrealistas, creadas a partir de la “escritura automática”.
Se equivocó el cineasta pues el aplauso de la crítica fue unánime. Era una película lírica y brutal, que mostraba a un México muy alejado del idealizado por los filmes de Emilio Fernández ( María Candelaria , 1946), y a una juventud callejera distinta de los relatos de Charles Dickens.
El período mexicano de Buñuel no ha recibido la atención que merece. Se lo concibe como una suerte de “exilio” del artista, del que fue rescatado por los productores franceses en los años 60. Sin embargo, este período es el más importante en cuanto a volumen: dos terceras partes de su cinematografía, veinte películas entre 1947 y 1964.
El período mexicano es diferente del europeo de los años 20 y 30, y después en los 60 y 70. Las cintas mexicanas de Buñuel son realistas, populares y melodramáticas, como lo era el cine mexicano de la época.
En cambio, a diferencia de este, el cine de Buñuel abunda en situaciones incómodas o absurdas en el argumento, imágenes brutales, enigmáticas e inolvidables, como venidas de los sueños, y veladas aunque demoledoras críticas a los valores y figuras burgueses, el capitalismo y el cristianismo.
Las trabas económicas e ideológicas estimularon la imaginación del cineasta. Este terco aragonés que supo ser un artesano pobre en la industria de México, era el mismo creador inconformista de los años 30 en París.
Además de Los olvidados , Buñuel dirigió en México otras cuatro piezas notables: Él (1953), Ensayo de un crimen (1955), Nazarín (1959) y El ángel exterminador (1962). También hizo interesantes divertimentos como Susana (1951), Subida al cielo (1952), La ilusión viaja en tranvía (1954), El río y la muerte (1955) y Simón del desierto (1965). Además, firmó una coproducción hispanomexicana, que fue su segundo gran escándalo, Viridiana (1961).
Películas de amor. Los olvidados reúne a dos muchachos, delincuentes callejeros: Pedro y el Jaibo. El primero padece el desamor de su madre y se refugia en la pandilla del barrio. El segundo acaba de fugarse del reformatorio y lleva la violencia y la traición por donde pasa.
Pedro y el Jaibo forman parte de la misma pandilla, que roba a ciegos y tullidos. A su alrededor hay otros adultos y niños que odian y gozan el sufrimiento ajeno, de la misma manera que sienten que la sociedad se regocija con sus derrotas. La mostración de tanto dolor llevó a André Bazin a afirmar que Los olvidados era una película de amor: que requería amor.
Europa no puso atención a la siguiente “cumbre” en la cinematografía de Buñuel: Él , un melodrama riguroso en su respeto a las normas del género, que era también un retorno al tema del amour fou y a la mofa de la burguesía y el cristianismo.
Católico ejemplar y aristócrata de rancio abolengo, Francisco Galván se las ingenia para conquistar a Gloria, la novia de un amigo. El romance comienza como un cuento de hadas, pero ya en la luna de miel se convierte en un infierno: el marido ve rivales amorosos en cada hombre y enemigos en cada obstáculo para sus negocios; impide que su esposa se encuentre con su propia madre y considera ligereza e incomprensión femenina cualquier intento de independencia de su mujer.
Las obsesiones de Galván lo llevan a la locura, que es finalmente patente en una iglesia, en la que grita y ataca a su confesor pues cree que todos se ríen de él.
Otra presentación del burgués, aún más irónica, aparece en Ensayo de un crimen , divertido relato salido de una juguetería surrealista. Buñuel diferenciaba entre imaginar un crimen y perpetrarlo; el filme se ríe de esta situación pues narra las aventuras criminales y amorosas del aristócrata Archibaldo de la Cruz, quien no puede consumar sus relaciones sexuales ni los asesinatos que trama.
Cuando Archibaldo está por matar a una persona, esta fallece por causas ajenas a él: por un accidente o porque algún otro asesino se le adelanta. Sin embargo, él cree ser el responsable de las muertes pues las planeó.
Dios, amante ingrato. A partir de una novela de Pérez Galdós, Nazarín relata el tránsito del cura Nazario por los caminos polvorosos del México de la Revolución. Acompañado por dos mujeres, este creyente se ve sometido a diferentes pruebas. En sus gestos puede interpretarse tanto la resignación ante la ira de Dios como la conciencia de su silencio y, por tanto, el trazo que lleva al ateísmo.
Buñuel tenía una relación contradictoria con la institucionalidad católica. Por un lado, esta fue el blanco de la mayoría de sus dardos; por otro, tenía entre sus mejores amigos a sacerdotes, y en la infancia jugaba a disfrazarse de cura. Nazarín es un filme tan ambiguo que incluso estuvo a punto de recibir un premio del Vaticano en el Festival de Cannes; si no lo obtuvo, fue por el “expediente” ateo del realizador.
Un filme mexicano, pero que responde ya a los motivos temáticos que marcaron sus filmes en su segundo período en Europa, El ángel exterminador es atrevido por su alejamiento del realismo y del melodrama y por su desvelamiento de los mecanismos de la psique y de la moral burguesa.
En El ángel exterminador , unos ricos se reúnen para cenar y compartir sus buenas maneras; al finalizar la velada, inexplicablemente, no consiguen salir del salón donde se encuentran. Conforme pasan los días, se corren los maquillajes, crecen las barbas y se afean los trajes; emergen las verdaderas personalidades, las fantasías, mezquindades y temores. Las maneras son expuestas en su convencionalismo y su absurdo, y la primacía de los instintos se hace patente.
Luis Buñuel quiso y consiguió ser coherente. Como parte del movimiento surrealista, removió estómagos y conciencias con el ojo cortado de Un perro andaluz . Veinte años después, lo consiguió en filmes como Los olvidados y El ángel exterminador , películas de argumento, un tanto melodramáticas y realizadas en el marco de la industria mexicana, pero en las que se mantenía, intacta, la rebeldía del eternamente joven Luis Buñuel.
EL AUTOR ES PROFESOR DE APRECIACIÓN DE CINE DE LA ESCUELA DE ESTUDIOS GENERALES DE LA UCR.