Francisco Alvarado Abella (1929-2001) fue un artista creativo, con una amplia producción, y un maestro amante del arte y la vida. Aunque su vasta obra exhibe una gran variedad temática, aludiremos aquí a uno de sus temas predilectos a lo largo de más de cuatro décadas. Alvarado siempre se mantuvo activo, con un toque de humor presto a aflorar. Emprendía el trabajo con seriedad, con disciplina, pero también convirtiéndolo en un juego.
No puede mencionarse a Francisco Alvarado sin hablar de pasión pues ejecutó con igual entusiasmo un cuadro, una decoración y un arreglo floral, y logró que sus alumnos se enamorasen del arte.
Aunque algunos lo consideran un pintor expresionista, su arte está más cercano al lenguaje artístico simbólico, y no a la angustia existencial. Lo real maravilloso se sugiere en algunas de sus obras, alegorías ligadas al surrealismo, para poner de manifiesto que Alvarado “pinta con la imaginación inagotable y poética”, como dijo de él Alberto Icaza.
En lo que sí podríamos estar de acuerdo es en que, después de una época temprana expresionista, el artista se movió hacia un expresionismo en el color. En otra etapa surgió una pintura de una rica significación simbólica. Entonces, ¿por qué encasillarlo en un estilo pictórico si su trabajo siempre mostró la espontaneidad de no obedecer a modas ni tendencias, y si siempre estuvo en constante ebullición?
En la flora y la fauna, Alvarado pone a prueba nuestra capacidad interpretativa, y nos preguntamos si nos las plantea a su vez como un
La fantasía no tuvo límites para Francisco Alvarado. Transfiguró mágicamente al ser humano y lo ligó sensualmente a la naturaleza logrando pinturas hermosas y de una libertad absoluta.
Decía Goya que la fantasía, aislada de la razón, solo producía monstruos imposibles, pero que, unida a ella, en cambio, era la madre del arte y fuente de sus deseos. Alvarado Abella constantemente nos lo recuerda y nos sorprende con ello.
En esta aventura existencial y artística, el pintor está arraigado temáticamente al ser sensual. A su vez, podríamos catalogar sus obras como “metáforas de la tentación”.
Eros era el dios griego del deseo sexual y, además, era venerado como un dios de la fertilidad. En las diferentes leyendas griegas, a Eros se le asigna ser hijo de muy variados padres, uno de los cuales fue Céfiro (un viento). Desde la leyenda más temprana, se dice que Eros empolló nuestra raza e hizo que viéramos la luz.
Las representaciones eróticas muestran escenas de naturaleza sexual y han sido creadas por casi todas las civilizaciones, antiguas y modernas; sin embargo, a menudo es sutil la grafía ligada a este tema, que hace Alvarado Abella. En él, la inquietante sensualidad se diluye en mágicas sugerencias erotizadas encubiertas entre flores, “hojas de María” o formas con apariencia híbrida.
Con frecuencia, el pintor mimetizó el torso de tal manera que es casi imposible distinguirlo a simple vista. Este es uno de los recursos lúdicos que utilizó el artista. “Juego con el simbolismo y no le tengo miedo a lo erótico”, anotó Alvarado en una oportunidad.
En otros casos, el artista nos recuerda la alegoría de la creación. La manzana, pendiente de su estigma –y en primer plano de la obra–, crea un juego visual: son caderas y, a la vez, genitalia femenina, o es la forma de un endocarpio creado con una pintura brillante para que, al imitar la humedad, refleje y destaque, en su interior, una pequeñísima semilla que asemeja a un embrión.
Muy ligados a ese tema están el de la concepción y el de la conquista masculina. En ambos predominan las figuras de aves, pico, flor, huevo, óvalo, útero o ingle. Lo valioso es que Alvarado logra establecer nuevos códigos de comunicación entre la imagen y el espectador, y nos introduce en un mundo poético.
Desde la antiguedad existen incontables imágenes de símbolos sexuales relacionados con la fecundidad, como las aves. En la cultura maya, el búho –al que Francisco Alvarado pinta en múltiples ocasiones– era signo de fertilidad.
En Alvarado, la “alegoría erótica” integra muy orgánicamente la flora, la fauna y las formas femeninas; además, se relaciona con el tema del bodegón pues, en algunas de sus obras de desnudo, se mezclan y se crea también una relación simbiótica entre los frutos y el cuerpo humano.
Asimismo, la floración puede abordarse con realismo o puede reelaborarse pictóricamente al cargarlas de erotismo. Como las apariencias engañan, en dos cuadros aparentemente parecidos, la magia del artista ofrece un planteamiento diverso, pero se descubre otra intención si se mira a fondo.
Mediante el motivo floral, Alvarado Abella parece descubrir sus propios vehículos de expresión, enriqueciendo la representación con variados estilos, gran variedad cromática e infinitos recursos experimentales.
Francisco Alvarado caminó por la vida pintando y buscando la esencia de lo que interpretaba. De andar rápido, de actitud desenfadada; con la risa a flor de labios, nervioso, atento; con una sempiterna cola de caballo en la nuca, desafiante, ¿fue Francisco Alvarado Abella un protegido de las musas? Tal vez...
Lo esencial es que, en su lucha por la libertad de creación, logró, además, que su pintura se convirtiera en un complemento espiritual como lo soñaba pues, sobre todas las cosas, su lealtad fue con su obra plástica y consigo mismo.