En la página de opinión de La Nación, del pasado 26 de octubre, don Rubén Hernández Valle inicia de la siguiente manera su artículo Alternativa al Gobierno de facto: “Numerosas personas, entre ellas don Alberto Cañas, don Álvaro Fernández y don Fernando Durán, en su conocido programa radial ´Así es la cosa´, han abogado últimamente por la necesidad de que, a corto plazo, se instaure un Gobierno de facto para resolver la maraña legal que nos está ahogando desde hace varios años”.
Aparte de que, a mi juicio, lo que propone don Rubén como “alternativa” es la serpiente que se traga su propia cola, quiero aclarar enfáticamente que yo en ningún momento he abogado por que se instaure, a corto, mediano o largo plazo, “un gobierno de facto”. Lo que he hecho, cada vez que mi compañero de mesa radiofónica don Alberto Cañas ha opinado que la única salida que tenemos los costarricenses para resolver el así llamado “problema de ingobernabilidad” es un gobierno de facto, tratar de llevar a mi interlocutor al punto de reconocer que no es una solución de nada.
Con ese fin, hasta ahora frustrado, le ha pedido a don Alberto que me explique de qué manera, en el supuesto de que los costarricenses estuviéramos de acuerdo con él, escogeríamos al dictador que ejercería ese gobierno de facto.
Recientemente, don Alberto terminó diciendo que ese dictador tendría que ser escogido mediante el ejercicio del sufragio universal y entonces yo le respondí que, si ese fuera el caso, ya en febrero de 2010 el pueblo de Costa Rica escogió por esa misma vía a doña Laura Chinchilla como cabeza de Estado de nuestra República y, por lo tanto, para no perder más tiempo todo debería reducirse a proclamarla Dictadora con poderes omnímodos.
Agrego ahora que deberíamos fijarle plazo y prepararnos para elegir un dictador (me pregunto a quién propondría don Rubén) a partir de, digamos, 2014. Por supuesto, esto lo dije en el marco de humor irónico que caracteriza –o pretendemos que caracterice– en mucho al programa radial. Así es la cosa, que fue definido por el mismo don Alberto como “una mesa de cantina pero sin tragos”.
Quede, pues, claro, que mi amigo Rubén Hernández cometió una inexactitud al afirmar que yo he abogado por un gobierno de facto, es decir, por una dictadura. Me dejaría cortar las manos antes de incurrir en tal barbaridad. Soy un demócrata y no un masoquista, y por ello ni siquiera me trago la existencia de es platillo volador denominado “dictadura en democracia”.