En toda la casa, solo hay una foto de Jannia. Está en la sala, junto a la mesa del comedor. Su partida, hace nueve años, fue tan dolorosa, que los médicos le recomendaron a Zaida Solano deshacerse de todos los recuerdos que la hicieran sufrir. Y lo hizo. Únicamente se dejó esa foto.
Así de traumática fue la enfermedad, la posterior sobreirradiación con cobalto y la muerte de su hija, que sucedió seis años después de que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) se atrevió a reconocer públicamente la tragedia.
Jannia Meléndez Solano tenía un linfoma de Hodgkin y estaba curada cuando los médicos recomendaron una terapia adicional con cobalto para terminar de sellar su recuperación y prevenir que el cáncer reincidiera años después. Fue cuando empezó el martirio.
Desde la primera sesión en la bomba del hospital San Juan de Dios, la joven empezó a padecer: vomitaba sangre, sufrió diarrea crónica y, según contó su mamá, despedía un olor desagradable, que Zaida describe como “a metal herrumbrado”.
Al principio, no le hicieron caso. Un oncólogo, incluso, se atrevió a decir que estaba loca y les informó que todos esos síntomas indicaban un deseo enorme de seguir siendo el centro de atención.
Finalmente, un médico se atrevió a hablar y, frente a la cama de hospital donde Jannia enfrentó las primeras secuelas de la sobreirradiación, les comentó que había sucedido un accidente: la máquina había sido mal calibrada y decenas de personas estaban sufriendo esos mismos síntomas de Jannia.
“Usted tiene razón”, le dijo el doctor. “Sucedió un accidente y muy pronto toda esta gente empezará a morir”.
Los sueños de esta joven, empresaria en potencia, sucumbieron ante el enorme daño que le hizo a su cuerpo la radiación.
Dejó de caminar, perdió casi toda su masa muscular y sus órganos internos se necrotizaron con el paso de los años. Nada de esto tenía que ver con su linfoma. “Eso no fue un accidente. Fue un acto de negligencia. El Ministerio de Salud lo había advertido, pero la Caja no accedió a cerrar el servicio. A Jannia le dieron dos años, pero ella dijo: ‘yo voy a morirme cuando yo quiera’, y así fue”, dijo Zaida.
La joven fue indemnizada por la Caja (el monto se reserva por seguridad), después de un juicio donde solo pocas víctimas obtuvieron una suma en reparación por los daños provocados a su salud.
Esto lo recuerda Zaida con enojo, a pesar de que los años le han regalado un poco de paz.
El día antes de morir, Jannia le pidió a su mamá que la maquillara.
También, le pidió algo muy especial: “No deje que esto se olvide”. Por eso, no pasa un año sin que los familiares de los muertos y los pocos sobrevivientes (ya son menos de diez) se reúnan. Esto tranquiliza a Zaida, para quien verse con ellos se convierte en una forma de abrazar otra vez a su hija.