José Saramago, el fallecido Premio Nobel de Literatura, dijo en el 2004 que las palabras no son ni inocentes ni impunes. “Hay que decirlas y pensarlas en forma consciente”.
Varios científicos han abordado ese parecer para explorar cuál es el poder de las palabras y su impacto en el cerebro.
Mark Waldman y Andrew Newberg, psiquiatras y profesores de las universidades de California y Thomas Jefferson, publicaron su investigación sobre el tema en un libro titulado Las palabras pueden cambiar tu cerebro .
En él reflexionan sobre las cargas de las palabras negativas y positivas y explican, por ejemplo, que cuando se escucha la palabra “no” al comienzo de un diálogo, el cerebro empieza a liberar cortisol, la hormona del estrés y la que nos pone en alerta.
Por el contrario, cuando escuchamos un “sí”, se activa una liberación de dopamina, la hormona de la recompensa y el bienestar.
Leonardo Palacios, neurólogo de la Universidad del Rosario, asegura que toda expresión hablada, sea positiva o negativa, produce una descarga emocional desde el cerebro.
Una palabra negativa o insultante activa la amígdala, estructura del cerebro vinculada a las alertas, y genera una sensación de malestar, ansiedad o ira. Y es ahí cuando la persona tiene dos posibilidades: responder de una manera similar (incluso con una agresión física) o actuar con indiferencia, acudiendo a la razón.
Las palabras positivas o estimulantes son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro, que es el de las emociones. Por lo tanto, van a generar placer, sorpresa y alegría. Sin embargo, aclara Palacios, todo depende del tono, el volumen y el contexto. “Hasta la ofensa más horrible puede ser asimilada si se dice en tono suave y amable”.
Comunicarse mejor. Ariel Alarcón Prada, psicoanalista y líder de un programa para la reducción del estrés, afirma que, antes que analizar las palabras, hay que revisar los procesos mentales y emocionales que las producen pues aquellas son una consecuencia final. La persona siente una emoción, la procesa internamente y luego escoge una palabra para denominar una emoción, y la comunica. Y ese proceso, es inconsciente.
Lo realmente importante es analizar el estado emocional de las personas y el porqué de la amargura o agresividad que las lleva a usar malas palabras. Es decir, tienen que buscar una reparación emocional para que puedan comunicarse mejor.