22/03/2012. Exposicin de Grabados de Goya en el Museo Caldern Guardia por el Farolito, Grande hazaa! Con muertos!. Foto Abelardo Fonseca (Abelardo Fonseca)
En el 2012, doscientos años después de
Dos siglos de imágenes impresas en papel periódico, en libros, en celuloide y en
La heroica estirpe de los corresponsales gráficos de guerra –la última víctima cayó hace pocos días en Siria– tiene en Goya su fundador, o al menos a uno de los pioneros del oficio porque
Palafox quería que Goya viese de primera mano los estragos que la invasión napoleónica estaba causando en Zaragoza. Los dibujos y bocetos que hizo allí son el punto de partida para la serie de 82 grabados. La serie tiene tres partes claramente diferenciadas:
- La primera (grabados 1 a 47) está centrada en imágenes de la guerra.
- La segunda (grabados 48 a 64), muestra el hambre, la enfermedad y las privaciones que la gente de Madrid vivió en 1811 y 1812 a consecuencia de la guerra.
- La tercera parte, designada por el propio Goya como
En las imágenes de la guerra, Goya se aparta radicalmente del enfoque tradicional del tema: allí no hay grandes héroes, vistosos estandartes ni gloriosas batallas. Hay salvajismo, crueldad y sufrimiento puros y duros, concentrados en pequeñas escenas de pocos personajes, donde los campesinos y soldados españoles aparecen rústicos y ferales ante soldados franceses bien armados y uniformados.
Las escenas y los personajes se presentan en forma clara, directa y brutal, contra fondos de luz cruda o entramados ásperos en los que se combinan técnicas de grabado: aguafuerte, punta seca y aguada.
Rembrandt revive en estos grabados en el dramatismo de las luces y las sombras, en el fuerte grafismo, en las figuras sólidas y los rostros intensamente expresivos.
También vive Rubens en la disposición de cuerpos y masas de cuerpos de víctimas y verdugos, y en los gestos y movimientos dramáticos de los personajes.
La segunda parte de la serie es una secuencia de imágenes dominada por el hambre y la muerte. El Goya expresionista se manifiesta aquí intensamente en las figuras famélicas, casi espectrales, de personajes que mendigan alimento o se arrastran moribundos.
Lo que más parece conmover al artista es la muerte de jóvenes madres, por la doble crueldad que ello implica con sus hijos.
Varios grabados de esta segunda parte muestran el caos, el desconcierto de la población madrileña bajo el dominio de los invasores, desconcierto del que no escapan los religiosos, incapaces de conducir o siquiera consolar a su grey, perdida su autoridad por el decreto de disolución de las órdenes eclesiásticas.
Trabajando en su taller de Madrid, Goya deja aflorar su talento y su destreza en el tratamiento minucioso de algunas figuras, en los múltiples y complejos escorzos de cuerpos yacentes, en la dolorosa solemnidad de las escenas, que dota al dantesco sufrimiento de los madrileños de cierta dignidad bíblica.
La tercera parte de la serie –a la que Goya llamó
Francisco de Goya siente profundamente la regresión que se produce en España con la restauración de Fernando VII, y el regreso al poder de la aristocracia y de la Iglesia conservadora.
Goya critica en forma acerba a las autoridades eclesiásticas, pero también la ignorancia, la ceguera, el oscurantismo de sus conciudadanos, que se le someten.
Para ello se vale de imágenes de animales que representan al poder y sus secuaces –vampiros, perros, zorros, gatos, buitres– y a uno solo que representa la dignidad del pueblo español: el caballo.
Goya se inspira en la obra
Goya tituló el último de los grabados con la ambigua frase “Si resucitará?”. Allí, el torso de la mujer irradia una luz aun más fuerte, provocando el horror de sus enterradores, que se aprestan a agredirla de nuevo. Es la eterna historia de la libertad y la justicia.
Francisco de Goya era un ilustrado, un hombre culto y partidario de la razón. Junto con un distinguido grupo de amigos –intelectuales y políticos del Madrid de fines del XVIII– profesaba los ideales que sustentaron la revolución francesa. Debe haber sido muy duro para él, octogenario ya, testimoniar actos de barbarie e irracionalidad como los que provoca la guerra.
Muy doloroso le habrá sido ver a los soldados del país que debía llevar la luz de la razón por Europa, ensañándose salvajemente contra los hombres y las mujeres de España. Aún peor debió parecerle el que la paz viniera acompañada de la estulticia y la opresión. Espantoso, sí, pero eso fue lo que Goya vio, y de lo que dejó este magistral registro gráfico.