Me di a la tarea de esculcar los análisis del acuerdo europeo para evitar el cese de pagos de Grecia, edificar un muro protector para repeler contagios a otros países endeudados, y tratar de salvar el euro. Las conclusiones preliminares me contristan.
Según The Economist, el acuerdo es “confuso, poco convincente e incapaz de solventar la crisis”. El diario francés Le Figaro, citando a Jean- Claude Trichet, dice que “la crisis de deuda de Europa no se acabó con el acuerdo”. Para el Wall Street Journal, “después del acuerdo que pretendía tranquilizar los mercados, los compradores exigieron mayores tasas de interés por bonos de Italia y España, confirmando que el temor prevalece”. Y, en Londres, el Financial Times agregó: “La euforia inicial se desvaneció un día después a plena luz del día”.
Es difícil disentir. Aunque el acuerdo logró evitar (por ahora) el remezón de una grave ruptura financiera, quedó debiendo en muchos aspectos. Y es que Europa tiene dos problemas distintos: uno financiero (algunos Gobiernos y bancos están quebrados) y otro real (sus economías son ineficientes, poco competitivas, contagiadas de distor- siones laborales que les restan productividad, y crecen magramente). Aliviar temporalmente el primero no implica abatir el segundo.
Allá crecieron antes de la crisis por el gran impulso estatal (enormes gastos fiscales y beneficios laborales financiados con deuda) y los bancos se encebaron en títulos oficiales, haciendo gala de glotonería financiera, sin advertir el riesgo involucrado. Pero, cuando la fiesta terminó y vino la austeridad aderezada de impuestos, sus “pibes” empezaron a contraerse: menores gastos oficiales en consumo e inversión, menores erogaciones privadas por sufrir el embate de nuevos impuestos (equivale a contraer su ingreso disponible) y escaso crédito por la precaria situación bancaria. ¿Está cobrando validez la vieja teoría de que mayores impuestos rescatan al Estado a costa del sector privado?
¿Dónde engarza el plan europeo? En algo simple y complejo a la vez: pretende financiar a los “quebrados” para mantener el gasto sin tratar de corregir (todas) las causas de la crisis. Es el mismo error cometido en EE. UU.: tiraron la casa por la ventana para continuar la fiesta sin extirpar aquella cultura dispendiosa que demostró ser insostenible. Sin embargo, algunos Gobiernos europeos, como España, decidieron ponerse el cinturón de la frugalidad. Eso significa aceptar crecer menos ahora para poderlo hacer sostenidamente después, y devolver a las futuras generaciones lo que esta les robó. En Costa Rica, en cambio, la frugalidad no se asoma ni en pintura.