El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, declaró que su institución “está lista para hacer lo que sea necesario con el fin de preservar el euro”, y los mercados lo celebraron. En particular, las tasas de interés de los bonos españoles bajaron marcadamente y las bolsas de valores subieron en todas partes; pero ¿en verdad se salvará al euro? Eso sigue siendo altamente dudoso.
Antes que nada, la moneda única de Europa es una estructura que tiene muchas fallas. Draghi, hay que darle crédito por eso, en verdad lo admitió. “El euro es como un abejorro. Este es un misterio de la naturaleza porque no debía volar, pero en vez de eso lo hace. Entonces, el euro fue un abejorro que voló muy bien durante varios años”, declaró; pero ahora dejó de volar. ¿Qué se puede hacer? La respuesta, sugirió, es “llegar a constituir una verdadera abeja”.
Sin poner atención a la dudosa biología, entendemos de qué se trata. A largo plazo, el euro será viable solamente si la Unión Europea se convierte en algo más similar a un país unificado.
Pensemos, por ejemplo, en la comparación entre España y Florida. Ambas tuvieron gigantescas burbujas inmobiliarias seguidas por dramáticas crisis económicas. Pero España está metida en la crisis de una manera que Florida no está. ¿Por qué? Porque, cuando la caída golpeó, Florida podía contar con Washington para seguir pagando la seguridad social y el Medicare, para garantizar la solvencia de sus bancos, para suministrar ayuda de emergencia a los desempleados y más. España no contaba con tal red de seguridad y, a largo plazo, eso se tiene que remediar.
Pero la creación de unos Estados Unidos de Europa no ocurrirá pronto –si es que alguna vez se da–, mientras que la crisis del euro ocurre ahora. Entonces, ¿qué se puede hacer para salvar la moneda?
Bueno, ¿por qué fue el abejorro capaz de volar durante un tiempo? ¿Por qué fue que el euro dio la apariencia de funcionar durante más o menos los primeros ocho años? Porque los fallas de la estructura se tapizaron con un auge en el sur de Europa. La creación del euro convenció a los inversionistas de que era seguro prestar a países como Grecia y España, que con anterioridad se habían considerado riesgosos, por lo que el dinero fluyó hacia esos países principalmente –digámoslo– para financiar préstamos privados más que públicos, con excepción de Grecia.
Por un tiempo, todos vivieron felices. En el sur de Europa, gigantescas burbujas inmobiliarias llevaron a una oleada de empleo en la construcción, aunque al mismo tiempo la manufactura perdía cada vez más competitividad. Mientras tanto, la economía alemana, que había estado languideciendo, se animó gracias a un rápido crecimiento de las exportaciones hacia las economías-burbuja del sur. El euro, parecía, estaba funcionando.
Entonces, la burbuja estalló. Los empleos en la construcción se desvanecieron, y el desempleo se elevó en el sur; en este momento está bien por encima del 20% tanto tanto en España como en Grecia.
Al mismo tiempo, los ingresos se desplomaron; en la mayor parte, grandes déficit presupuestarios son un resultado, no una causa, de la crisis. No obstante, los inversionistas huyeron, encareciendo los costos del crédito. En un intento por tranquilizar a los mercados financieros, los países afectados impusieron rigurosas medidas de austeridad que empeoraron las depresiones. El euro, como un todo, empieza a dar la impresión de estar peligrosamente tambaleante.
¿Qué podría revertir esta peligrosa situación? La respuesta está bastante clara: los definidores de políticas tendrían que (a) hacer algo para bajar los costos de los préstamos en el sur de Europa; (b) dar a los deudores de Europa el mismo tipo de oportunidad para salir de problemas por medio de exportaciones que Alemania recibió en los años buenos; es decir, crear un auge en Alemania que refleje el auge en el sur europeo entre 1999 y el 2007. (Sí, eso significaría una elevación temporal de la inflación alemana).
El problema estriba en que los definidores de políticas de Europa parecen reacios a poner (a) en acción, y están completamente indispuestos a hacer (b) efectivo.
En sus comentarios, Draghi –quien, sospecho, entiende todo esto– básicamente puso a flote la idea de hacer que el Banco Central compre grandes cantidades de bonos del sur de Europa para bajar esos costos de crédito. Pero, en los dos días posteriores a esas declaraciones, funcionarios alemanes parecieron echar agua fría a esa idea. En principio, Draghi sencillamente podría invalidar las objeciones alemanas, pero ¿está en verdad dispuesto a hacerlo?
Las compras de bonos son la parte fácil. El euro no se puede salvar a no ser que Alemania también esté dispuesta a aceptar una inflación sustancialmente más alta durante los próximos años. Hasta el momento no he visto señal alguna de que los funcionarios alemanes estén dispuestos siquiera a analizar el asunto, mucho menos a aceptar lo que se necesita. En vez de eso, todavía insisten, pese a fracaso tras fracaso –¿recuerdan cuando Irlanda supuestamente iba en camino a una rápida recuperación?– en que todo va a estar bien si los deudores sencillamente se apegan a sus programas de austeridad.
Entonces, ¿se puede salvar el euro? Sí, probablemente. ¿Se debería salvar? Sí, aunque su creación parece ahora un gigantesco error. El fracaso del euro no solo provocaría trastornos económicos, sino que sería un demoledor golpe al proyecto europeo más amplio, que ha traído paz y democracia a un continente con una historia trágica.
Sin embargo, ¿será el euro realmente salvado? Pese al despliegue de decisión de Draghi, como dije antes, eso es altamente dudoso.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.