Víctor Hurtado Oviedo, editor vhurtado@nacion.com
En su libro El futuro de la democracia (cap. I), el filósofo Norberto Bobbio anota: “Ninguna guerra ha estallado entre Estados democráticos”. El sabio italiano se apresura a precisar que las democracias sí han hecho guerras. Algunas han sido invasiones, que son algo así como la calistenia que las democracias hacen cuando se les cae una manzana en un jardín ajeno, salen a recogerla, vuelven con el jardín y olvidan la manzana.
Bobbio disponía de ejemplos al escoger, y quizá hubiese elegido la Atenas de Pericles, que era un imperio marítimo, y una democracia siempre que no se preguntase a las mujeres, a los extranjeros y a los esclavos; es decir, siempre que la minoría no preguntara a la mayoría.
La democrática y republicana Atenas emprendió una guerra contra la autoritaria Esparta (y aquí se confirma la sentencia de Bobbio), mas la perdió, y su liberal régimen político no se recuperó.
Habría que esperar a la Constitución estadounidense, de 1776, para encontrar una república (no una monarquía) democrática, siempre que no se preguntase a las mujeres, a los extranjeros y a los esclavos.
Atrapados en sus muros y en el corredor que los conducía a El Pireo (su puerto), los atenienses fueron respirando asfixia, alimentando pestes, en un encierro sin esperanza que tenía más de teatro existencialista que de tragedia griega.
Por calles inquietas de la ciudad sitiada anduvieron Sócrates y su reportero verbal, Platón, en cuyos diálogos de ingenio y de banquetes no vibra el terror de la guerra que se maliciaba ya perdida.
Cratilo es uno de los diálogos de Platón en los que Sócrates sale muy platónico: convencido de que hay un mundo superior, de “esencias”, como una perfumería eterna de la que el mundo que palpamos en apenas un aroma.
En el Cratilo se debate si las palabras son invención o esencia pues la palabra ‘ mesa’ quizá sea la propia mesa ; mas esto es una locura etimológica, y, como el nacionalismo, es una enfermedad que se cura viajando y oyendo otros idiomas.
Aún así, ¿podemos ser en realidad nuestros nombres? ¿Está nuestra biografía tramada en pocas letras? En cierto modo sí. El biólogo Martin Nowak define cinco modos en los que los animales son solidarios ( Scientific American , julio del 2012). Una manera es la “reciprocidad indirecta”: el hacer el bien sin esperar lo mismo del beneficiado.
Tal actitud generosa se irradia, crea fama de bondad, y revertirá en favor del solidario cuando sufra apremio. Nowak añade agudamente: esto solo es posible a plenitud entre los seres humanos pues tenemos lenguaje verbal y nuestro nombre vuela precediéndonos. Somos unas pocas letras: el retrato hablado de la bondad –o de su contrario–.