Salí de la sala de juicio, aliviado: absuelto, sí, libre de la degradante condición de imputado como difamador. Solo que, sin que se pudiera decir que hubo un juicio salomónico, el querellante, distinguido dueño de un bar en la calle 3 en San Pedro, sigue permitiendo excesos de ruido desde su honorable establecimiento... Lo mismo yo, ahora al respaldo jurídico para mi libertad de denuncia, tengo permiso legal para seguir poniendo el grito al cielo... Concordemos por lo menos en que mi metáfora genera menos contaminación sónica.
Prevalece una contradicción intrínseca en todo ello. Por un lado, satisfacción generó lo pausado y expedito del Sr. juez (pero después hubo que esperar meses para tener copia de la sentencia). Aplaudo lo que él definió como aparato judicial (cito de memoria): no una fábrica de juicios, sino un instrumento de paz social. Solo que por otro lado, ¡desazón y desconcierto! Todo conspira a desligarse de esa realidad tangible, en este caso concreto, la famosa calle 3 en San Pedro de Montes de Oca en horas de la noche.
El expediente, una vez presentado, a principios del 2009, se transforma en una camisa cerrada en sí y no cabe meterle ni una aguja, ni hacia atrás (siendo que existe documentación sobre cantidad de luchas ciudadanas contra ese local específico desde el 2004) ni hacia delante (los hechos denunciados se siguen presentando, constatado por terceros). En seguida, de lo que se trata en el momento del juicio, nada final, es confrontar esa abstracción con otra entelequia, entre otros el código penal.
Impacto nulo. ¿Resultado? Un pleito entre abogados sin ninguna incidencia en la sociedad. Yo salí liberado de pena, pero sin gloria; en nombre de la sacrosanta independencia de poderes no tiene interés ni relevancia que las autoridades encargadas de hacernos respetar esa anhelada paz social (la Municipalidad, la Policía de Proximidad y el Ministerio de Salud) no contestan las cartas de uno ni toman en serio la sugerencia de comprobar el bochorno después de las once de la noche.
A esta hora, cómo no, unos legalmente pueden tomarse unos tragos, pero otros también legítimamente queremos leer, estudiar o simplemente –derecho humano elemental– pretendemos dormir.
En mi declaración recalqué que para nada me disgusta que haya bares –varios– en susodicha calle (pero vean, por favor, en La Nación del 20/2/2011 el relajo del reglamento). Con gusto añadí que, entre otros, con don Constantino Láscaris más de una vez intentamos arreglar el mundo, allí mismo entre otros en la histórica soda Guevara. Solo que por entonces este sector no había adquirido mal nombre y peor fama como ostenta en la actualidad.
Por nuestros actos nos conoceréis. Yo, de mi parte, a conciencia veré cómo contribuir de ahora en adelante a esa anhelada paz social invocada por el Sr. juez. Por lo demás, me siento discípulo de aquel famoso Fray Luis de León, colega español de hace siglos, el cual, tras cinco años de injusta encarcelación, al retomar su cátedra, lacónicamente expresó: “decíamos ayer” y..., como si nada, siguió en su labor.
Invito así a compartir el anhelo de construir la convivencia pacífica...