El debate político se ha inflamado. No es solo el que estamos acostumbrados a ver en nuestros países latinoamericanos, o en otros países del segundo o tercer mundo, sino que ahora ataca, y en forma virulenta, a la primera potencia y modelo de democracia, los Estados Unidos.
La discusión de las ideas se ha transformado muy rápidamente en una instigación al vandalismo y a la violencia, en no aceptar el derecho del otro a tener un punto de vista diferente. No hace mucho en un sitio web de algún político de esa nación se identificaban como blanco de ataques los distritos donde las opiniones de los demócratas respecto a las leyes de salud y de inmigración provocaban la intolerancia y el fanatismo de un sector del electorado.
Ahora comprobamos cómo del lenguaje violento se pasa a la acción, con el ataque a la congresista Gabrielle Giffords de Arizona, a consecuencia del cual yace en un coma. El ataque se llevó a cabo precisamente en el momento en que la congresista asistía a una reunión para escuchar los puntos de vista y preocupaciones de sus electores. Ya anteriormente su oficina había sido vandalizada.
Un hecho como este no es algo nuevo en la historia de la humanidad. Basta que alguien con alguna autoridad política o religiosa empiece a utilizar la amenaza y la satanización y destrucción de la personalidad para que algún demente o grupo de choque se sienta autorizado a ejecutar esa orden siniestra.
Una situación similar se dio en Costa Rica con ocasión de la discusión sobre el Tratado de Libre Comercio, que estuvo a punto de salírsenos de las manos. Hubo insultos exacerbados y pedreas a casas de los que estaban a favor. Sabiamente, una elección libre y democrática puso fin a ese debate y volvimos como costarricenses a disfrutar de nuestro innato sentido de la tolerancia y amor por la paz.
Lo que importa en una democracia es estar siempre alerta a estas situaciones. En los Estados Unidos se discute ahora si no se ha llegado demasiado lejos en desatar el lenguaje hostil en el debate político. Hacemos votos porque la democracia del Norte encuentre pronto el camino de la discusión pacífica y mesurada de las ideas, y que el debate civilizado señale rutas para la justicia y prosperidad que merece ese pueblo.