Dos esquelas me hicieron recordar y agradecer: falleció el Dr. Eduardo Castro Murillo.
Hace 42 años mi atención e interés estaban, como estudiante, en la disciplina que llamamos Medicina Interna. El Hospital San Juan de Dios de entonces era muy diferente al de hoy: menos recursos materiales pero más tiempo para dedicar a cada persona, un ambiente lleno de compasión por quienes sufren, y enfermos que eran pacientes en su doble sentido (quien padece y quien sabe esperar).
El tiempo y conocimiento de los profesores eran enteros para ellos, los enfermos, y para nosotros, los estudiantes.
Todos los profesores nos enseñaban a penetrar los arcanos expresados por los síntomas (lo que el enfermo siente) y los signos (lo que el médico percibe); pero, además, cada uno nos trasmitió sin palabras algo de sí mismo: quien el orden, quien el rigor, o señorío, amabilidad, alegría, perseverancia, sacrificio.
El doctor Castro Murillo nos enseñó todo eso y más: método, observación, reflexión para aprender el arte que nos legó Hipócrates: conversar estando siempre alerta a la palabra y al gesto, examinar minuciosamente y, después, pensar. Quiero, como justa dosis, darle las gracias. ¡Que descanse en paz!
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