Durante muchos siglos de la historia humana, la enfermedad –su origen, prevención y tratamiento– ha sido incomprensible; lo sigue siendo hoy con algunas de las que tenemos gran desconocimiento y a las que apenas nos acercamos a tratarlas o paliar sus síntomas. En la Antiguedad se creyó que se trataba de un castigo; el médico griego Hipócrates (460-370 a. C.) rebatió tal postulado: “(...) tiene su naturaleza propia, como las demás enfermedades, y de ahí se origina. Pero su fundamento y causa natural lo consideraron los hombres como una cosa divina por su ignorancia (...)” ( De morbo sacro ).
La naturaleza propia la explicaba Hipócrates por el equilibrio entre cuatro humores: sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema; la enfermedad es una falta o exceso de alguno de tales humores. Hipócrates cree en el poder curativo de la misma naturaleza ( vis medicatrix naturae ). La terapia médica consiste en restaurar el equilibrio de los humores. Además, los humores determinaban los cuatro temperamentos: flemático, melancólico, sanguíneo y colérico, donde este último no equivale obviamente a una persona con Vibrio cholerae , como tampoco se hace tal referencia en el aforismo a propósito de los jóvenes: “Pasada esta edad se padecen asmas, pleuritis, pulmonías, letargos, frenesí, calenturas ardientes, largas diarreas, cóleras, disenterías, lienterías y hemorroides” (Sección III, Aforismo 30).
Como lo explica la historiadora Ana María Botey, “la primera evidencia de la existencia del bacilo del cólera en el mundo occidental se efectuó en 1503, producto del incremento del comercio marítimo entre continentes, una empresa liderada por los europeos en su afán de establecer y controlar un mercado mundial. Las pandemias de cólera fueron favorecidas por la comunicación marítima y las redes comerciales. Estas tuvieron como punto de origen, la mayoría de las veces, las ciudades de Goa y Bengala en la India (...) En 1837, el Gobierno costarricense emitió siete decretos, en los que se tomaban medidas preventivas para una eventual epidemia de cólera. Los decretos revelan las concepciones de la época sobre el origen de las enfermedades, las que se apoyaban en la teoría de los miasmas”.
Según Botey, a mediados del siglo XIX la población nacional era de alrededor de 110.000 habitantes y la esperanza de vida al nacer “se acercaba a los 28 años”. Además, según los estudios del Dr. Lachner, el “cólera infantil” –enfermedades gastrointestinales, no solo Vibrio cholerae – incidía en la alta mortalidad infantil y que estuvo siempre vinculada a: “la contaminación de las aguas, la carencia de infraestructura sanitaria y el desconocimiento de las normas de higiene.”
Dato sin confirmar. Recientemente, una corta nota informativa (sin autor responsable) publicada en la página web de la Organización Mundial de la Salud (OMS) (http://www.who.int/topics/cholera/impact/es/index.html), dice que Hipócrates describió una enfermedad que pudo ser cólera. Esto no es corroborado por ningún historiador dedicado al tema, ni podría citarse en referencia ningún texto hipocrático.
Y como en castellano, según el DRAE, cólera tiene como posibles significados: “1. f. ira, enojo, enfado; 2. f. bilis ( jugo amarillento ); 3. m. enfermedad epidémica aguda de origen bacteriano, caracterizada por vómitos repetidos y diarrea severa”, concluyamos lo siguiente:
¡Qué cólera, Hipócrates, que haya quien pueda concluir que la cólera puede ser causal del cólera! Esta frase al estilo de Estrellita Cartín de Guier (“¡qué mae más mae ese mae!”), es, en todo caso, más acorde con los nuevos tiempos, dado que cólera es una palabra que según el propio DRAE está aceptada a la vez en acepciones femenina y masculina. Esperemos, eso sí, que lo aquí escrito no le riegue a nadie la cólera, no vaya a ser que en un ataque de cólera nos emitan un Decreto contra la Cólera.