A mi gusto, los cristianos vemos con demasiada seriedad o solemnidad a Jesús, y casi nunca disfrutamos su faceta de buen humor e inclusive bromista. Así, se cuenta que, cuando caminaba sobre el mar hacia un bote en que pescaban algunos de sus apóstoles, no muy lejos de la playa, Pedro se lanzó de la nave, con todo entusiasmo, para ir a su encuentro. Infortunadamente, comenzó a hundirse y gritó: “¡Maestro, Maestro, me estoy ahogando, sálvame!”. Entonces, según la anécdota, Jesús le respondió: “Ah, Pedro, camine por las rocas, como yo”.
¿A qué viene ese cuento? Contestando comentarios de don Óscar Arias del 11/8/11 y 15/8/11, en La Nación del 25/8/11, me referí a dos libros del expresidente intitulados Hagamos juntos el camino (PLN, Costa Rica 2005) y Velas, timón y brújula (CEXECI, España 2010). Y basado en los mismos, vengo preguntándome – “con malicia africana”, hubiera dicho Parmenio Medina– si estamos ante una comparable manifestación de buen humor, lo cual se me ocurrió porque la primera obra se refiere, explícitamente, a un camino y la segunda, implícitamente, a un mar.
Entonces, de modo concomitante, pienso que a lectores y lectoras de La Nación hoy –igual que Pedro, en su momento– les convendría responder al acercamiento del maestro con más cuidado o menos entusiasmo.
Falta solidez. Dichas colecciones de artículos y discursos de don Óscar son sumamente atractivos. Pero, al examinarlos minuciosamente, buscando sobre todo el método requerido para materializar sus proposiciones político-ideológicas, se detecta una ausencia o insuficiencia de rocas firmes, por decirlo así, que permitan darles cimientos sólidos y durables en o mediante realidades humanísticas, organizacionales y económicas.
Voy a ilustrar esto en dos escritos, uno de cada colección: de la primera, “El amor y la soledad en la vida social y política” (pp. 178-183); de la segunda, “Costa Rica necesita de la visión de don Pepe”. (pp. 121-127). Para corregir posibles sesgos míos, invito a seleccionar, leer y valorar otros contenidos de esas obras independientemente.
kLa reflexión sobre la necesidad de amor en la vida social –Albert Camus lo llamaba “una extraña forma de amor”– y las frustraciones de quienes tratan de aplicarlo en política, es inobjetable. Y me atrevería a afirmar que afecta a todos los que intervienen de buena fe en asuntos públicos. Pero, al mismo tiempo que don Óscar decía eso y algunos le pedíamos que actuara conforme por Costa Rica entera, él hacía gestiones para hacerse del poder una segunda vez en nombre de un sector de la sociedad, contra el otro.
kLuego, inmediatamente después de adquirir ese poder, habló sobre la necesidad de revivir las ideas de don José Figueres Ferrer. En cambio, durante los cuatro años siguientes y hasta el presente, procedió a violentar casi todas ellas, al menos como quedaron consagradas en La pobreza de las naciones.
Palabras y acciones. Con esos dos ejemplos, queda claramente ilustrado lo que sostuve en mi artículo del 15/8/11: don Óscar Arias tiende a disimular o contradecir sus intenciones reales, con expresiones que la gran mayoría de costarricenses aprobamos, las cuales han quedado de camino en sus acciones concretas. No puedo saber si esa estrategia es consciente o inconsciente, si es voluntaria o impuesta por circunstancias ingratas de la democracia tropical. Eso queda en las profundidades insondables de la moralidad y la ética.
Por tanto, ante el dilema que nos plantea don Óscar caminando en el mar, los costarricenses solo podemos protegernos, como es nuestra costumbre, mediante el sentido nacional de buen humor que nunca nos falla.