Las burbujas pueden ser malas para su salud financiera, y también malas para la salud de la economía. La burbuja .com de finales de la década de 1990 dejó atrás muchos edificios desocupados y muchos más sueños arruinados. Cuando la burbuja inmobiliaria de la década siguiente estalló, el resultado fue la mayor crisis económica en los Estados Unidos desde la década de 1930 y de la que la nación todavía no se ha repuesto.
Por eso cuando la gente habla de burbujas, uno debe escuchar con cuidado y evaluar sus afirmaciones, no descartarlas despectivamente, que fue la forma en la que muchos autoproclamados expertos reaccionaron ante las advertencias sobre los bienes inmuebles.
Y, en este momento, por ahí se habla mucho acerca de burbujas. Buena parte de esto tiene que ver con una presunta burbuja de los bonos que supuestamente está manteniendo los precios de esos valores a niveles nada realistas por ser tan altos y las tasas de interés –que se mueven en dirección opuesta a los precios de los bonos– a niveles nada realistas por ser tan bajos. Pero el ascenso del Dow ha despertado temores de una burbuja accionaria, también.
Entonces, ¿existe una gran burbuja en bonos, en acciones o en ambas cosas? En bonos, diría definitivamente que no. En acciones, probablemente no, aunque no estoy tan seguro.
De todas formas, ¿qué es una burbuja? Sorprendentemente, no hay una definición estándar. Pero la definiría como una situación en la que los precios de los activos parecen estar basados en puntos de vista inverosímiles o inconsistentes respecto al futuro. Los precios .com tenían sentido en 1999 solamente si uno creía que muchas compañías iban a resultar todas una Microsoft; los precios de la vivienda en el 2006 solamente tenían sentido si uno creía que los precios de las casas podían seguir subiendo mucho más rápido que los ingresos de los compradores por muchos años a futuro.
¿Se está presentando algo comparable en el mercado de bonos de hoy? Bueno, la tasa de interés sobre los bonos a largo plazo depende principalmente del rumbo esperado de las tasas de interés a corto plazo, las cuales son controladas por la Reserva Federal. Uno no quiere comprar un bono a 10 años a menos del 2%, la tasa vigente en la actualidad, si cree que la Fed subirá las tasas a corto plazo a 4% o 5% en un futuro no muy distante.
Pero, ¿por qué razón, exactamente, debería uno creer tal cosa? La Fed normalmente recorta las tasas cuando el desempleo es alto y la inflación es baja: la situación actual. Cierto, no puede recortar las tasas más porque ya están casi en cero y no pueden bajar más. (De otra manera los inversionistas sencillamente se aferrarían al dinero en efectivo). Pero es difícil ver la razón por la que la Fed subiría las tasas hasta que el desempleo disminuya marcadamente o la inflación se dispare –o que sucedan ambas cosas– y no hay ningún indicio en los datos de que algo por el estilo vaya a suceder en los años venideros.
¿Por qué, entonces, toda la hablada respecto a una burbuja de los bonos? Refleja en parte la observación correcta de que las tasas de interés están muy bajas según los estándares históricos. Lo que uno necesita tener en mente, sin embargo, es que la economía también está en una forma especialmente horrible según estándares históricos: una vez en tres generaciones. Las reglas usuales acerca de lo que constituye un nivel razonable de tasas de interés no son válidas.
También hay, uno tiene que decirlo, un elemento de ilusiones en esto. Por la razón que sea, muchas personas de la industria financiera han desarrollado un odio profundo hacia Ben Bernanke, el presidente de la Fed, y todo lo que él hace; quieren que finalicen sus políticas de dinero fácil y también quieren que estas políticas se caigan de alguna forma espectacular. Como se sabe, sin embargo, el que a uno no le gusten los profesores barbudos de Princeton no es una buena base para la estrategia de inversión.
Y nunca se debe olvidar el ejemplo de Japón, donde las apuestas contra los bonos del gobierno –justificadas por más o menos los mismos argumentos que actualmente se esgrimen para justificar las afirmaciones de una burbuja de los bonos estadounidenses– terminaron en dolor tan a menudo que toda la negociación se llegó a conocer como la “productora de viudas”. En este punto, la deuda de Japón está muy por encima del doble de su PIB, su déficit presupuestario sigue alto y las tasas de interés sobre los bonos a 10 años son del 0,6%. Sí, leyó bien.
Bueno, ¿qué hay de las acciones? Los principales índices accionarios están ahora más altos de lo que estaban a finales de la década de 1990, lo que puede parecer ominoso. Pero parece mucho menos ominoso, sin embargo, cuando uno se entera de que las ganancias corporativas –que al final de cuentas son aquello de lo que las acciones participan– son dos veces y media más altas de lo que eran cuando estalló la burbuja de la década de 1990. También, con los rendimientos de los bonos tan bajos, uno esperaría que los inversionistas se pasaran a las acciones, empujando los precios de ellas hacia arriba.
En términos generales, el argumento de burbujas significativas en acciones o, especialmente, en bonos es débil. Y esa conclusión importa para la política tanto como para la inversión.
Porque una parte importante de lo que se sobreentiende de toda la reciente retórica de las burbujas es la exigencia de que Bernanke y sus colegas dejen de tratar de luchar contra el desempleo masivo, que deben cesar o desistir de sus esfuerzos por dar empuje a la economía o vendrán consecuencias nefastas. De hecho, sin embargo, no hay razón alguna para creer que estamos enfrentando un serio problema de burbujas, mucho menos que preocuparse respecto a burbujas hipotéticas deba tomar precedencia sobre la tarea de poner a los estadounidenses de nuevo a trabajar. Bernanke debe no hacer caso de los balbucientes barones de las burbujas y seguir adelante sacando su tarea.
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.