Que no nos dejemos engañar: un deporte que no goce de las bendiciones del gusto popular y, por ende, de la cobertura publicitaria, no es necesariamente de “élite”. Ya solo la accesibilidad a esta disciplina deportiva nos aleja del pensamiento “cliché” de que se trata, como en siglos pasados, de un ejercicio de reyes y cortesanos. Así hoy, en diferentes puntos del cinturón metropolitano, encontramos salas de esgrima, una instaladas más adecuadamente que otras, pero todas ellas abiertas a todo público: polideportivo UCR. MCD, San José, Athos, Santo Domingo.
El público seguidor de las noticias periodísticas en diferentes medios ha podido dar seguimiento del Campeonato Centroamericano de Esgrima Infantil, Cadete y Juvenil, y fue Costa Rica país anfitrión, del 15 al 20 de julio. Detrás de la escena de un deporte y de un atleta se escribe, día a día, una historia de esfuerzos, logros y de muchos desazones pero todos ellos cincelando el perfil de un atleta exitoso y satisfecho de dar lo mejor de sí y siempre bajo la bandera de su país. Sentada desde la gradería del Gimnasio Nacional, quisiera compartir algunos de los valores puestos en escena.
Suele suceder que en los deportes llamados “no tradicionales”, la implementación de cada uno de los eventos es llevado a cabo sea por los mismos padres de familia, por los maestros y técnicos. Así, nos encontramos con que es la familia, en un término más amplio, la que pone a disposición sobre todo recursos humanos para desarrollar y hacer avanzar la esgrima en Costa Rica. Así, he visto padres, familiares, atletas y estudiantes recoger, poner, quitar tarimas, ayudar al arbitraje, vender camisetas y botones emblemáticos y, lo más importante, todos dedicados en cuerpo y alma al ejercicio de gritar porras, aplaudir, brincar, sufrir y hasta llorar al ritmo del marcador.
La esgrima, como deporte, da la oportunidad de entender la vida a través de su valor catártico: mejora la persona, eleva su alma y fortalece su físico. En el diario ejercer de esta disciplina, quisiera retomar algunas virtudes que, ahora sentada desde una dura banquetilla de gimnasio, he podido constatar en todos los esgrimistas y, desde mi propia experiencia, sobre todo en los más jóvenes. Chicos y chicas, en su mayoría aún estudiantes a tiempo completo, dedican hasta cinco horas diarias al mejoramiento de su técnica para luego llegar, ya avanzada la noche, a cumplir con sus deberes escolares.
No me deja de impactar profundamente ver llegar chicos en transporte público y verlos salir casi a las diez de la noche con sus armas al dorso, mochilas al hombro y caretas en mano. Los fines de semana se aprovechan para hacer encuentros nacionales con los que cada uno de los atletas aspira a mejorar su desempeño que le permitirá ser más competitivo y obtener más oportunidades de foguearse fuera en algún campamento o competir en eventos internacionales.
Tal y como lo hemos expresado a los organizadores: gracias por darles la oportunidad a nuestros hijos de crecer no sólo en esgrima sino en valores humanos y patrióticos. Resta expresar el orgullo para Costa Rica de haber obtenido cuatro medallas de oro, siete de plata y trece de bronce... ¡Por Costa Rica!